domingo, 4 de septiembre de 2011

Tú.

El infierno se congela cuando apareces.
Las aguas se abren por el resonar de tus pasos.
El Sol se apaga cuando iluminas con tu sonrisa.
La Luna muestra su cara oculta para notar la caricia de tu susurro.
Las flores nacen grises porque no pueden competir con la intensidad del color de tus ojos.
Los aromas huelen a nada. No están a la altura del perfume de tu piel.
Los alimentos ya no saben si quiera a agua. Son incapaces de matizar cada una de las especias del sabor de tu boca.

Pero como tú no estás aquí:
Los infiernos hierven ponzoñosos en fuego eterno.
Las aguas no abren paso ni al mismísimo Moisés.
El Sol reluce cada mañana con fuerza.
La luna nunca ha mostrado su otra cara.
Las flores nacen de mil colores. Millones de tonalidades.
Los aromas embriagan allá donde estemos cada uno: dulces, finos, venenosos...
Cada uno de los alimentos lleva consigo el ingrediente perfecto que los hace únicos en sabor. Saben a todo, menos a ti.

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