Ese es mi hogar.
Nado hacia el fondo en busca de corales y perlas.
Mi cola permite que mi cuerpo se sumerja, eleve o se mueva con la rapidez, sencillez y versatibilidad de cualquier pez.
Mi pelo. Largo y sedoso. Acompaña el ondular de las ondas marinas que provoca mi avance.
Es rubio. El vivo reflejo del Sol en las profundidades del océano.
Las escamas brillan cual gemas. El verde esmeralda se entremezcla con el turquesa y el azul oscuro. Dando unas tonalidades perfectas, combinadas con destellos plateados.
Mi piel es pálida, como el mármol, y fría como el hielo.
Mi espalda, suave y no muy ancha, deja ver la cinta que dará paso a un sostén de nácar.
La rutina de buscar cosas por el fondo y perseguir pececillos de colores, se hace aburrida.
Me recuesto sobre una roca. Boca arriba. Y diviso el rizado sol que da esa luz azul que ilumina hasta ciertos recobecos. Y pienso cómo sería mi vida siendo un alga.
Acompañaría el ritmo de las corrientes. Me dejaría mecer por la mar de fondo. Acogería en mi seno diminutos peces de movimientos alocados y rápidos.
También imagino mi vida como una ola.
Sería algo mareante, y demasiado angustioso. Aunque disfrutaría atrayendo hacia mi cualquier cosa y luego devolverla. Pero acabaría aburriendo.
¿Y si viviera como humana?
Descubriría mundos extraordinarios. Aprendería que es eso que llaman escribir y leer. Mi piel sería cálida y estaría seca. Podría saber a qué sabe el fuego. Dormir en eso que llaman cama y taparme con eso otro que llaman manta. Aprendería a caminar. Bailar. Cubriría mi cuerpo con hermosas telas...
Pero, añoraría el mar. Esa paz, ese azul embriagador, reflejo del cielo. Ese inmenso escenario donde cada rincón es un acto. Donde los pequeños detalles son los protagonistas.
Desde el más pequeño de los cangrejos hasta esa ballena.
Echaría de menos las carreras con los delfines. Los melódicos bailes de las medusas.
Echaría de menos todo eso, y más...
Yo pertenezco al mundo donde el agua es mi aire y el sol las olas.