viernes, 7 de diciembre de 2012

...

Es tal el dolor... que no puedo escribirlo.
Sólo llorar.

Llorar porque te vas. Pero no vas a volver.
Llorar porque te vas, y nos dejas solos.

Cada vez que abres los ojos, agonizantes, y me miras... Se me parte el alma.
Cada vez que sollozas de dolor, que te retuerces... Se me parte el alma.

Coger tu mano. Apretarla. Pidiendo... rogando, que por favor... no te vayas.
Que no te vayas.
Nunca.

Pero la vida es así... y es por eso por lo que la odio. Odio el tiempo. 

Odio los años.
Odio los meses.
Los días, las horas.
Todo.

La Navidad no será lo mismo sin ti.
No la primavera.
Ni el verano.
Ya nada va a ser igual.

Sólo se repetirá el dolor del recuerdo.
Sólo se repetirá el dolor.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Un regalo de Antonio Lois


EL HADA DEL AMOR Y SU HERMANA SOLEDAD
Triste. Notaba como la soledad le comía hasta el alma.
La brillante luz de la lámpara iluminaba toda la mesa, pero ella solo tenía la mirada fijada en dos manchas azules que se habían apoderado del espacio, en la cabecera de un folio blanco infinito. En la habitación revoloteaban los acordes del Match made in heaven, acercando un partido celestial hasta los nueve metros cuadrados de su espacio. Y así, un día, y otro, y otro… Solo cambiaba el número de manchas y las canciones.
Hasta aquella tarde de un otoño aburrido, en la que él la llamó. Esa misma noche, le escribió una carta. Aunque lo importante, fue que a partir de ese momento, de nuevo se aventuró a escribir. Sin lagunas, otra vez, cogió el bolígrafo y ya no paró.
“Hola mi niño.
¡Qué bonito ese ratito!, fue fresco y sincero. Te notaba radiante y me has hecho feliz. Cada sílaba que me dijiste me encantó, hasta las que pensaste y no salieron de tus labios, ¿son las más importantes?, creo que sí. Las palabras no dichas son más sinceras, porque las piensas con el alma y las dicta el corazón, pero solo las escucha quien bien te conoce, quien te quiere. Pues esas fueron mías esta tarde, las oía claras y dulces, salían de tus labios y me llegaban como un susurro.
Esta noche el viento está furioso, brota de la oscuridad y lo llena todo, suena como sirena de fabrica en la lejanía y hace temblar persianas, puertas. Los papeles revolotean en eternas cabriolas y los perros callejeros se han enroscados para olvidar el frío de su soledad. Es el Levante, furioso y angustiado. Cuando salta, los locos se alinean mirando al Este, y los cuerdos se meten en sus casas, como quien cree que escondiendo la cabeza, el enemigo no le verá. El Levante no perdona, llena hasta el último rincón, pero aquí no llega, este suelo es sagrado, está protegido por la magia de la varita del hada del Amor. Raro, pero yo lo conseguí, fue fácil, solo fui sincero. Te lo contaré.
La noche reinaba, como ahora, y estaba a punto de caer desde el mundo del ruido hasta el abismo de los dormidos. En ese duermevela, me pareció adivinar la presencia de alguien en mi habitación. Recordé esos ratos, cuando era niña (creo que ayer), en los que veía duendes que llenaban mi habitación. Pequeños, verdecillos, saltando, bailando por todos los sitios. Temía que desaparecieran cuando cerrara los ojos y por eso, los mantenía abiertos hasta que me rendía el sueño y... efectivamente, desaparecían.
En esa noche, algo o alguien había allí, lo notaba, lo sentía como si estuviera muy cerca de mi cama. Con audacia pero despacio, fui abriendo los ojos, hasta que pude ver claramente a una mujer frente a mí. Alta, de sinuosa silueta, su piel muy blanca contrastaba con su pelo negro como el café. La mirada clara de sus ojos de miel se clavaba en los míos.
—¿Tienes miedo?- Me preguntó con dulce voz.
No, solo temo al odio.
—Entonces a mi no me temerás, yo no odio a nadie.
—¿Por qué has venido a mí?
—Para darte un mensaje y un aviso.
Me quedé en silencio, ¿un mensaje?, ¿un aviso?, eso me preocupaba, era como si no quisiera conocer cuál sería mi destino o una mala noticia de alguno de los míos; pero la curiosidad me pudo.
—Pues aquí estoy, ignorante de tu conocimiento y recelosa de mi destino.
—El mensaje es claro: No ames a nadie que no te quieras.
Quedó en silencio y su mirada escudriñaba mi alma a través de los ojos. Quería saber mi reacción. Adivinar si ese caso era parte de mi historia o mi presente. Fui granito, mis ojos brillaban de vida y mis labios mudos, no titubearon ni un solo momento.
—¿Quieres escuchar el aviso? -de nuevo habló, rindiéndose a mi silencio.
—No quedaría tu misión cumplida, ni mi ánimo en sosiego si no fuera así.
—Te lo diré, pero solo si sabes reaccionar bien ante una pregunta.
—Te agradezco el mensaje -dije pausadamente- es importante y sin duda, lo pondré en práctica. Del aviso te diré que no quiero conocerlo, aunque mi vida este en juego, ya que si depende de lo que tu entiendas que es una respuesta ideal; soy consciente de mis imperfecciones pero estas, hacen que comprenda mejor mis virtudes.
—Se nota que la luz del alba que te vio nacer, aún ilumina tu cerebro. Tus palabras han sido mejor que cualquier respuesta; así que te regalaré algo mejor que el aviso. En esta habitación solo conocerás el amor y quedaran fuera los diablos negros de los defectos humanos, eso te servirá para soportar los duros meses que pasaras acompañado de mi hermana, el hada de la Soledad.
Y sin más, se acercó a mí y me besó, suavemente, posó sus labios de ambrosía en mi mejilla. Cerré los ojos para sentir su cálido beso y cuando los abrí había desaparecido dejando un suave olor a rosas húmedas.
Desde ese día, no me importa el futuro ni mi destino, soy feliz en mi pequeña habitación, donde solo hay espacio para mis recuerdos y el amor.
Aquí me has acompañado mil veces, aquí hablamos, a veces solo nos miramos, rozamos nuestros dedos y bailamos en silencio, hacemos el amor y dormimos con una sonrisa. Aquí vivimos nuestro amor.
Te quiero."
No dejes que te venza el hada de la Soledad.


Gracias por este regalo. 
Fue muy gratificante recibirlo y por eso me gustaría compartirlo con quien quiera leerlo.

Gracias, muchísimas gracias, de nuevo, Antonio.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Cicatrices de tinta

Y cojo una hoja en blanco. Un boli. Me siento. Y los miro.
A veces olvido para qué sirven sino para copiar cosas de la pizarra o para garabatear cuando la explicación se hace intragable. O simplemente actúa de alza en una mesa coja.
La miro. La observo desde todos los ángulos. Cojo el bolígrafo. Sé que hay algo más bello que la teoría de la evolución de Darwin sobre lo que escribir. Algo que no implica ciencia exacta, inexacta, conjugación o tests de Cooper.

Pero mi mente copia la blancura del folio y ahí me quedo. Sin expresión facial, el bolígrafo entre los dedos, danzando.

Me atrevo a comenzar una frase: "Te echo de menos.." y acto seguido la tacho, como si me fuera la vida en ello.

Enciendo los altavoces y busco en la carpeta donde se almacena la música algo que me inspire. Quizás un poco de Lana del Rey, o qué sé yo.. Nina Hagen.. Y retomo de nuevo mi tarea. Parir una frase que me haga estremecer y me anime a continuar con un breve relato sobre una vida inventada, sobre la mía, o una idea. Pero nada...

El manchurrón de tinta me observa. Incluso llega a intimidar. Me apoyo sobre la mano que me queda libre, la izquierda. Miro al infinito de la hoja. Saturo el azul de la tinta con pequeños rayajos inclinados.

Comienzo otra frase, un intento de descripción de una chiquilla incomprendida que se transforma en punki de ideas anti-nazis. Muy visto. Absurdo.

De nuevo, otro tachón.

.-Se me va a ir la tinta del boli sólo en tachones-. me digo a mí misma.

Ideas estúpidas vagan por mi mente... Lo que siente una tal Rachel cuando abre la ventana un día de invierno y le recorre un escalofrío por la espalda que la hace estremecer hasta hacerla volver corriendo para refugiarse entre sus sábanas, cual fortaleza impenetrable. Demasiado aburrido.

Tarareo y, como flashes que surcan los cielos, aparecen en mi mente metáforas sorprendentes, las cuales no me creo que salgan de mí. Pero a la hora de escribirlas, se disipan como la niebla. Qué frustrante.

Indignada con mi imaginación, tapo mi herramienta de expresión y lo dejo caer sobre el tablero haciendo que rebote. Me recuesto sobre el sillón y ahí está: Un folio blanco con dos cicatrices de las que casi fueron una disculpa, un texto melancólico, una descripción, una puesta en escena, una confesión o algo que te dijera que me arrepiento de todo lo que dije en su momento y que ojalá y no hubiera abierto esta cloaca que tengo por boca. Que cuando tuve la oportunidad, haberte saludado al menos y dejar las cosas lo más tibias posibles. Gritarle al viento que me equivoqué. Susurrarle a las hojas secas que perecen en la acera que echo de menos a mi amigo. Entiendo que ya no sea posible nada. Obré muy, muy mal. Pero nunca es tarde para pedir perdón. Yo seguiré sonriendo y siendo feliz. Y sé que tú también. Me alegro de haberte conocido. Gracias por todos esos momentos.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Reflexión

A la misma velocidad a la que uno parpadea es como cambian las tornas de la vida. Cambia el final del cuento, la moraleja de la fábula.
En un abrir y cerrar de ojos podemos apreciar cómo algo tan sencillo como la convivencia puede hacerse insoportable. Es absurdo. Es imperdonable.
Vuelvo a sentirme oprimida, y lo odio. Estoy poniendo todo mi empeño en sobre llevarlo como puedo. Pero la vida, a veces, es demasiado cruel, y nos pone dos piedras en vez de una para que nos tropecemos y nos hagamos daño de verdad.Pero unos a otros.

La convivencia, ¿qué es eso...?
Es perdonar una palabra mal dicha, un gesto, una mirada... Es hablar sin llegar al alarido. Es reconcialiarse cuando uno se pelea. Parece muy fácil... pero no lo es...

Por un momento creí que podría volver a vivir con las metas reconstruidas, y ahora siento que si no salgo de ese agujero que realmente me está consumiendo, no voy a poder. Y no me puedo permitir, a estas alturas, otra caída, otro bucle. Porque no me lo permito a mí misma.

Pero, ¿y si al salir de una cueva recóndita, me meto en otra...? Esto es hablar por hablar. Escudriñar el cielo en busca de respuestas.

No voy a volver a permitirme llegar a casa con las mismas ganas de llorar.
No voy a permitirme el desperdiciar una tarde entera a oscuras y en la cama.
No voy a permitirme volver a perder a mis amigas.
No me lo permito yo.

Pensar en caliente es estúpido, y aún más en frío. Hablar con alguien puede ser beneficioso, pero momentáneamente, porque luego, sigo volviendo al mismo sitio, donde no existe una armonía, donde no existe paz. Donde sólo hay rencor y rabia contenida.

Tengo...perdón, debo reflexionar. Pero no hasta el punto de caerme.

Voy a pensar, con un café, con la ventana abierta, observando a las golondrinas. Envidia de su vida, nacidas para volar y ser libres.

Pero todo, con amigos, se pasa más rápido, y mejor, mucho mejor.

domingo, 7 de octubre de 2012

Petit

¿De qué sirve filosofar sobre las estaciones, describirlas, sentir todos sus encantos, todos sus defectos? ¿De qué sirve hablar de los detalles, hojas, flores, rayos de sol, copos... si en verdad lo que nos preocupa es si ha salido el café, nos han mandado ese e-mail o ha comido el niño? ¿De qué sirve cabrearse con el clima, si nunca va a estar a nuestro gusto, si siempre vamos a odiar algo de cada estación? ¿De qué sirve escribir unos versos sobre la brisa perfumada de una mañana de domingo del mes de Abril, si lo que queremos es dormir, y no hacer absolutamente nada, o irnos con los niños al campo, o disfrutar de una mañana en familia? ¿De qué sirve mirar esos pequeños detalles de la vida cotidiana? Para darnos cuenta de que los placeres, son realmente pequeños. Pero no nos paramos a pensar en ellos. Los vemos tan insignificantes...
Vamos a hacernos el propósito de ver más allá de lo general, un minuto al día, no necesitas más. Y la vida cobrará otro sentido. Te lo digo por experiencia.


Días de hacer nada.

Hay días, de todos los felices, en el que tu cuerpo te pide que llores. Te pide que pongas una canción triste, que leas un poema desolador, que escribas el texto más azul. Porque te lo pide. Porque se merece un descargo. No tiene por qué significar un derrumbe, ni un tropiezo. Sino, un alivio del alma.

Hay días en los que tus ojos te piden que llores. Se secan de ver cada día lo malo, y aguantar desérticos. Pero esto no significa que vayan a verse inundados eternamente. Simplemente quieren refrescarse, aliviarse. Un momento solo.

Hay días en los que tu mente no te permite hacer nada. No te permite soñar, concentrarte, pensar, imaginar. Sólo pasa la información que recibe por un filtro. Pero no se queda ni con lo bueno, ni con lo malo. Sólo con lo neutro. Pero esto no significa un desequilibrio, ni un estado de fallo de pensamientos cognitivos. Simplemente no quiere preocuparse de nada en este momento.Sólo quiere que los días pasen lo más rápido posible, y hacer el mínimo esfuerzo.

Hay días en lo que el corazón no quiere nada. Quiere dormitar. Vivir en un Limbo fresco y limpio. Latir cada minuto, pero tranquilo. Sin sobresaltos. Sin pausa, pero sin prisa.

Hay días y días. No todos tienen que ser buenos ni malos. Los hay, que no tienen nada. Idóneos para sentarse en el balcón a observar lo que tengas delante. A mirar embobado una página de un libro o la pared.  A andar sin un rumbo fijo con la mente en blanco. A escuchar música, sin interpretarla, analizarla, o simplemente escuchar la letra. A dormir hasta el anochecer. Días en los que nada te llena. Días de hacer nada.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Falcatas y gladius

Y cuando la espada de acero blande, rompiendo así la coraza del centurión, una nube se coloca ante el sol. El día se vuelve oscuro, mientras la sangre corre por la arena. Las flechas ocultan el cielo y caen como halcones sobre los soldados carthagineses. Erguidos caballos surcan el campo de batalla, arramblando con lo que se cruza en su camino. Los escudos heridos, protegen malamente al ejército. Suenan espadas contra espadas. Saltan chispas. Mueren hombres. Las lanzas apuntan al Olimpo, donde los dioses observan con atención el espectáculo. La guerra nace, nace y se expande. Dejando sin aliento a hombres que han dado su vida. Los cascos caen, las cabezas ruedan, los correajes se rompen... Se huele a cuero, a cuero y sangre. A odio y victoria. No somos nadie en este mundo.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Pawn shop.

Dejo los pendientes que me regalaste, esos de oro y florecitas de tela rosita palo. Esos que me ponía sólo en ocasiones especiales. 

La estancia, este lugar, huele a sueños rotos, a recuerdos mal pagados. 

Tintinean al dejarlos sobre el pequeño cajón metálico, que pasará al otro lado mediante un tirón, sin dejar tiempo a que pueda arrepentirme un segundo, atravesando una mampara de metacrilato, supongo. Detrás, un hombre de aspecto desaliñado. Moreno de piel, sucio, con la camiseta rota, y una chaqueta de deporte, imitación... pone "Barsha". Bastante patético.

 Las paredes grises me recuerdan a tus ojos. A esos días de lluvia que pasábamos en casa, en el sofá, acurrucados, cada uno con un libro, charlando, o simplemente en silencio. Ese silencio que decía más que todas las palabras, que todas las canciones, que todos los poemas... Ese silencio que invitaba al reposo, a quererte cada día un poco más. A hacer balance de lo que había que comprar o hacer luego, u otro día.

El hombre, coge los pendientes con asco. Me mira de arriba a abajo. A saber qué pensará... Muevo el pie deprisa, el ritmo que lleva mi taconeo es el sinónimo de mi pulso en este momento. Tengo el estómago encogido. Siento como si un millón de pequeñas agujas pasaran de un lado a otro de él y lo apretaran, lo zurcieran. Si hubiera picado algo antes de venir, ya lo habría vomitado.
La habitación, este pequeño recuadro, apesta a remordimientos y dolor. A parte de a orín y a humedad. El suelo, de un negro sucio, se me pega a las suelas... Hay dos sillas mugrientas, grises también. Están raídas por el roce... y tienen algunos sitios más oscuros que otros, en un tono pardo. La pared de mi izquierda tiene churretes verdosos...  Y el techo cuenta con humedades, puede que de las bajantes del edificio. 
El hombre sigue mirando los pendientes. Ahora se ha puesto un monóculo de esos que utilizan los joyeros. Como el que llevaba aquél hombre de pelo canoso que nos atendió tan amablemente cuando te acompañé a elegir los pendientes. Sabías que no me molestaría ir contigo y elegirlos yo. Nunca quisiste fallar en un regalo. 

- Sólo te puedo dáh sincuenta leuros.- dice aquél hombre. Menuda mierda.

- Bueno, ¿seguro que no puede darme algo más?-.

- Lo siento, señorita-.

Todas esas caricias a media noche. Todas esas sonrisas entre toallas. Todas esas cenas en el balcón a la luz de una diminuta vela, con dos copas de vino y una tortilla francesa en el plato. Todas esas carcajadas que fluían desde dentro con sólo mirarnos.
Los abrazos cuando nos esperábamos en algún sitio, esos que te hacen sentir único en el mundo. Todos los recuerdos que me traen estos pendientes van a ser vendidos por cincuenta euros. No me lo perdonaré jamás.
Pero el hecho de que ya no estés aquí. De que te fueras para no volver. De que nos despidiéramos allá donde la hierba crece a su libre albedrío y la brisa surca el mármol.. erosionando todas las lágrimas que un día se derramaron sobre la fría y blanquecina superficie. Fue ese día, cuando vi los claveles rojos llorando. Cuando mi mirada se quedó perdida en el horizonte mientras el viento, helado, me cortaba los labios. Estos labios que un día encontraron refugio en los tuyos, que ahora están fríos y morados. Con las manos en los bolsillos y el corazón roto, me despedí como pude del que fue mi acompañante, mi amigo, mi primer y único amor. Dije adiós en un susurro ensordecido por el sonido de las hojas de un árbol que tiritaba. Y una pequeña lágrima. Tímida y fría, asomó por mi ojo... y calló a la madera. Cerezo. Y en mi cabeza sólo resonaba una frase .-¿Por qué tú y no yo?-. Pero las casualidades existen, y esta vez te tocó a ti.

-Señorita, ¿loh va a queré vendé o no?-. dijo ese intento de ciudadanía con impaciencia.

-Sí, sí...-. No me lo podía creer. Estaba vendiendo a un gitano sudoroso y estúpido lo más preciado que tengo desde que te fuiste. Pero fue una promesa que nos hicimos: "Si alguno de los dos faltamos algún día, tiraremos todo aquello que nos devuelva a la vida con los recuerdos. No merece la pena morir cada segundo, no vivir porque nos añoramos. Volvamos a rehacer nuestras vidas." Pero yo no puedo. No puedo. 

- Disculpe, pero al final no lo vendo.- digo al fin, saliendo de este trance tan... rutinario...

- ¿Pero cómo me va a hasé éso?.- replica.

- Lo siento, pero no puedo. ¿Me los devuelve?.- insisto

- Pero, señorita, comprenda que...- intenta persuadirme

- No, no comprendo nada.- interrumpo-. devuélvamelos.- le ordeno, mirándole a los ojos.

Con desazón los vuelve a meter en el cajón metálico y me los pasa a través de la mampara.
Vuelven a ser míos. Vuelves a mí de nuevo.

Abro la puerta y salgo de ese tugurio que olía a lupanar de carretera. El cielo está encapotado, gris, negro. Huele a lluvia. Empieza a chispear. Llueve.

Las calles se mojan. Mis tacones se sumergen en charcos asfaltados. Corro. Sigo corriendo. 

*Clin, clin, clin* 

Llego a casa. Empapada. Me rebusco en los bolsillos. Sólo hay un pendiente.

Es una señal.

En ese momento lo veo claro. Todo tiene sentido.

 Afuera sigue lloviendo. Huele a nostalgia, a melancolía y a tierra mojada.

De una manera u otra, sabías que te ibas para siempre. Creo que yo también, pero no podía, no quería imaginarlo.

pálpito. Y acto seguido decirte que te amaba, y sellar nuestras palabras en un beso.

Tomo entre mis dedos el pendiente, largo, frío, lo acerco a mis labios y dejo caer un beso, el mismo que tatué en tus labios cuando exhalaste por última vez, y lo lanzo por la ventana.

Siempre con el corazón.♥


jueves, 16 de agosto de 2012

Descalza

Llego a casa. No hay nadie. no se oye nada.
Cierro la puerta tras de mí y dejo las llaves en el cenicero de siempre. Aquél que nos regalaron tus padres el día que hicimos la barbacoa en el campo. Para estrenar la casa.

Camino de la habitación voy mirando por todas las habitaciones por si te encuentro en alguna. Pero no estás. Puedo respirar tranquila. Puedo pensar con claridad.
Dejo la chaqueta y el bolso encima de la cama, y me siento en ella. Me dispongo a quitarme las botas de piel de tacón, cuando al agacharme un poco, la mirada se me queda una milésima de segundo en una foto, la que está encima del comodín, justo enfrente de mí. No puedo evitarlo, y con desazón la observo. La observo y me duele. Me duele y mucho.

La tomo entre mis manos. Necesito creerlo. Necesito creer que hubo un tiempo en el que fuimos felices. Un tiempo en el que nos queríamos. Que soñábamos con pasar la vida entera el uno al lado del otro. Pero de repente todo cambió. Cambiamos los dos.

Se nos acabó la pasión. Se nos acabó la confianza. Se nos acabó la sinceridad.

Dejo el marco con nosotros sonriendo encima de la cama. Termino de descalzarme.

Oigo la puerta. Las llaves chocan con el pomo metálico y el llavero con la madera. Eres tú.
Oigo tus pasos, por el pasillo. Lentos, calmados. Te regocijas en cada centímetro cuadrado de parqué. Dices mi nombre en alto. Me buscas. No respondo. Permanezco sentada en la cama, al amparo de verte de nuevo. De mirarte a los ojos y sentir que no hay nada. De escrutar tu mirada y saber que ya no me veo en ella. Lo agradezco. Yo estoy igual.

A veces siento la necesidad de plantarle cara a las palabras. Pero en mi mente sólo se oye, una y otra vez: "No rompas el silencio si no es para mejorarlo"









Dedicada a Miriam Pagán Ros.

viernes, 10 de agosto de 2012

Con cianuro en el café

EL aroma a café se expande por toda la habitación. Es tan delicioso. Saco del armario el azucarero rosado. Dos cucharadas rasas. Cojo de la nevera el cartón de leche. un pequeño chorro de blanca pureza destiñe el amargo café humeante. Ya puedo saborearlo incluso.

 Abro otro armario y cojo, con cuidado, un pequeño plato de porcelana blanca, donde se pueden ver en sus orillas motivos florales en distintos tonos pastel, y lo dejo sobre la encimera de frío granito gris plomo. 

 Me encanta el sonido que produce el choque de la porcelana.
Y para terminar...Una, dos y tres gotitas transparentes caen de forma contínua desde un cuentagotas que sujeto con cuidado. ¿Bastará con tres? Echaré una más.

Observo cómo cae ésta última gota. Guillotina el aire. Cae. Cae y forma un cráter. Un cráter líquido, caliente. Amargo. Me recuerda al momento del disparo de un asesino en la nuca de una joven desnuda y arrodillada pidiendo clemencia. Al momento exacto en el que una madre desequilibrada sumerge la cabeza de su retoño en una bañera de agua tibia y la deja ahí, hasta que la criatura deja de moverse.

Coloco la cuchara descansando en el pequeño plato. Tomo en mis manos mi arma más letal camuflada en un simple café. Salgo de la cocina.

Te observo. Ahí estás. De espaldas a mí. Leyendo el periódico. Voy hacia ti sin dejar de poner la mirada fija en tu nuca, como haría un asesino. Sin dejar de imaginarme cómo pedirías que te perdonara la vida. Ya estoy detrás tuya. Sonrío. Es mi forma de despedirme de tí.

Dejo tu muerte asegurada en la mesita que hay a tu lado.

.-Gracias, cielo-. dices sin ni si quiera mirarme a la cara. Con desgana en la voz. Creo que es la primera vez que salen de tu boca unas palabras amable en este último año.
.- De nada-. digo mientras me dirijo a mi sillón, sí, ese, el que está enfrente de el tuyo. Cojo la faena de punto, una bufanda para Charlie, para cuando salga a jugar con sus amigos en invierno y no coja frío. Me siento. Me siento a observar tu final. El saber que desconoces lo que te espera me hace sonreír de medio lado. Tengo la respiración agitada y no atino a coger el punto. Pero es tal la expectación y la excitación que no hago ni un esfuerzo por concentrarme. Sólo te miro de reojo.

Pirmer sorbo. Toses.
Segundo sorbo. Te rascas la garganta y vuelves a toser. Te está entrando calor, pero no dejas de leer el periódico.
Tercer sorbo. Te cuesta un poco respirar.
Último sorbo. Caes al suelo. Te revuelves como se revuelven los animales cazados.  Arrancas el aire de la habitación para poder llenar tus pulmones. Jadeas. Agarras la alfombra con tus manos. Te retuerces de dolor. Te encoges. Intentas mediar palabra, no puedes. Empieza a salirte un poco de espuma por las comisuras de la boca. Se te mezclan los síntomas del fin de tu vida. Se te cierra la garganta completamente.

Y yo sigo observando, como público de una corrida de toros, cómo la bestia es toreda y vencida hasta caer desplomada, sin vida, en la arena del tiempo. Tiempo perdido.

Ahora ya sí que no respiras.
Te miro. Sonrío.

.-Que te aproveche el café, querido...-.

martes, 3 de julio de 2012

Lágrimas melancólicas

¿Y qué hago yo si no te tengo cerca?
¿Y qué hago yo si no puedo oír tus consejos?
¿Y qué hago yo si no puedo verte, ni darte un abrazo?
¿Y qué hago yo si no estás aquí?
Dime.

Sé que estás a mi lado. sé que me quieres. Que me cuidas. Lo noto.
Pero hay momentos en los que te necesito, pero te fuiste para no volver.


Es tan pequeño...

Justo en el momento en el que Dianne va a coger el sueño, una voz susurra no muy lejos de su oído .- Mamá, tengo miedo-.
Abre los ojos adormilada, con el dulzor del primer sueño en la sangre. Sonríe.
.- Mamá, ¿puedo dormir con vosotros?-. la vocecita suena nerviosa, como si tuviera lágrimas en la garganta, pero siendo lo suficientemente fuerte como para no dejarlas escapar.
Dianne se pega a la espalda de su cónyuge y le deja sitio al pequeño Joan, que se camufla rápidamente entre las sábanas, mientras es abrazado por su madre. Ésta, le da un beso en la cabeza y le acaricia desde atrás la mejilla.
El pequeño se duerme enseguida. Respirando lentamente. Saboreando el aire.
La joven madre cierra los ojos. Puede oler el perfume a champú de su retoño. Puede sentir cómo su corazón late con fuerza, pero a un mismo ritmo. Lo abraza más fuerte. Le parece tan frágil. Tan pequeño.Tan lindo en todo su ser, que no quiere dejarlo escapar jamás.
El pequeño gira sobre sí mismo, y se pone cara a su madre. Dianne se sobresalta un poco y abre los ojos. Y ahí está. Ahí está una de las razones por las que ser feliz.
Lo observa en silencio.
Observa al milímetro a Joan.
Sus largas pestañas. Los ojos sin estar cerrados del todo. La nariz de su padre. Los labios de su madre. Las mejillas redonditas, casi comestibles. Las orejas chiquitinas. El pelo rubio oscuro.Suave.
Es tan pequeño. Es tan suyo.
Le acaricia la nariz y el pequeño la arruga, frunce el ceño, y vuelve a girarse, dándole la espalda a su madre.
Dianne ahoga una risa.
Suspira.
Cierra los ojos.
Mañana será otro día.

martes, 26 de junio de 2012

Madrugadas de insomnio

Una planta se deja mecer por la fresa brisa de la madrugada. Es brisa ligera que huele a noche. Que refresca la piel castigada por el sol. Es como una caricia armoniosa.

Salgo al balcón y me apoyo en la baranda.
Me enciendo un cigarro.
La ciudad duerme entre luces naranjas.Hay silencio. Puedoescuchar mis pensamientos con claridad.
Paso dentro y cojo el vaso de whiskey que había dejado sobre la mesa, y vuelvo a salir.

Sigue todo en silencio.

A lo lejos se divisan las pequeñas luces de los coches mezclándose con la oscuridad.

La brisa ahora juega con mi pelo.

Bebo un trago de whiskey. El hielo choca ontra las paredes del vaso y se posa en mis labios. Qué dulce frío. Suspiro.
Observo a un transeúnte bebido bailar con su sombra mientras busca el camino a su casa.

Noto cómo el cigarro se consume en mis dedos. Me lo acerco a la boca. Aspiro. El amargor del humo se desvía a mis pulmones. Dejo que salga, después de tragarlo, por donde fue condenado a arrancar de mi el oxígeno.

Miro sin mirar al cielo apagado.

Pequeñas gotas nacen del vaso y mueren, algunas en mis dedos, otras saborean la libertad hasta que se estampan en el aún caliente asfalto.
Bebo un trago de whiskey. Arde cuando pasa por mi garganta.

El cigarro se ha consumido, y en un movimiento rápido y sigiloso lanzo lo que queda de él a la calle. Me quedo observando la trayectoria de la colilla. Bota dos veces en el suelo. Vuelan pequeñas chispitas encarnadas hacia arriba, y explota el extermo quemado, en silencio, en más chisporroteantes y diminutas porciones de pólvora. Fuegos artificiales para las hormigas.

El hielo se ha derretido casi por completo y a aguado lo que queda de ese líquido de color sepia. Miro al vaso, lacrimoso, con desdén.
Es algo inusual, tengo la mente en blanco. No pienso. No recuerdo. No adelanto.

Hay un gato. Se asoma sigiloso tras un coche. Se lame una pata. Parece herido.

Alzo un poco la vista. Las luce azules de un coche de policía se acercan rápidas y silenciosas y se pierden en una curva.
El reloj de la estación marca las cuatro y veinte.
Mis pies se mueven inspirados y con paso elegante hacia el interior de la casa. Dejo el vaso sudoroso en la cocina. Me voy a mi cuarto. Hay bochorno dentro de la habitación.

Quién fuera planta para mecerse en la brisa de la madrugada.

domingo, 10 de junio de 2012

Autopsia.

Me estoy muriendo por dentro. Me estoy convirtiendo en ceniza.
Eso me recuerda al mito del Ave Fénix, que resurge de sus cenizas. Pero no creo que ése sea mi caso.
Ahora mismo me siento como si estuviera abierta en canal.
Sé que sigo viva porque veo mis pulmones esponjosos hinchándose y deshinchándose de aire.
Me veo desde arriba.
Observo mi corazón,escondido. Tiene un color inusual. Es oscuro y está verdoso. Se estará pudriendo. Palpita con dificultad, como si tuviera que convencerse en cada latido que debe seguir y hacerlo por los demás.
Las arterias que salen de él se han vuelto negras. Se mueven de forma ondulante. Como si hubieran piedras navegando en la sangre.
El esófago presenta nudos en todo su recorrido, y cuando llega al estómago, le cierra a éste la boca.
Mis intestinos se retuercen.
Las costillas se adhieren a los pulmones, cada vez con más fuerza, y veo cómo éstos se hinchan con más dificultad.
Me acerco y observo mis pies. Están amoratados y fríos. Las venas se han oscurecido en los empeines.
Observo ahora mis manos. Están frías y blancas. Y les suceden lo mismo que a los pies.
Me acerco a mi cara. Estoy pálida. Tengo un poco de sangre en una de las comisuras, y un poco más lejos, una herida en el labio inferior. Está roto.
Roto de todas las palabras que han dañado a tanta gente.
También tengo una brecha en un pómulo. De todas aquellas veces que he puesto las mejillas, y han recibido tantos golpes.
Sigo observándome. Tengo los ojos hinchados y siguen derramando lágrimas aun cerrados. Pero no son líquidas, ni saladas, ni calientes.
Son esquirlas de plomo que abren mi piel cuando caen. Que hielan y duelen.
Tengo el pelo, y un poquito la frente, manchados de sangre. Sangre negra y corrosiva. Hay una herida disimuladamente abierta en mi cabeza.
Se ve que de tanto pensar, mi cráneo ha decidido abrirse para dejar de hacerlo.

Y ahora...ahora se supone que tengo que hacer una reflexión de todo lo que he mostrado ahora, pero va a ser inútil, y sólo servirá para que me sienta peor, por ver que puedo sacar o positivo a ésto pero totalmente incapaz de hacerlo posible. ¿Por qué? No lo sé. Estoy harta. Estoy cansada. Estoy dolida. Estoy ensombrecida. Ya no puedo más.
Me siento ridícula.

sábado, 2 de junio de 2012

Cisne negro.





¿Sabes lo que es estar toda la vida intentando ser perfecta?
¿Sabes lo que es odiarte por cada error que cometes?
¿Sabes lo que es morir por dentro cada vez que le fallas a alguien?


Llorar en silencio cada noche. Sentir que tienes que estar ahí por todo el mundo que te rodea. Ser el pilar, el alza de la pata coja de la mesa de todo el mundo. Dar, incluso, la vida por los demás.


Pero el resentimiento que queda después de ser nadie se mezcla con la sangre. Te transforma. Te pudre por dentro. Y llega un momento en el que todo sale. Las plumas negras de angustia afloran como el vello. Quieren que vueles hacia el abismo del olvido. De tu propio olvido. Quieren adueñarse de tu vida. Que nazca de dentro tu dolor. Destruirte. Aniquilarte.


Intentas taparlas. Esconderlas. Las arrancas de tu piel. 


Lloras, huyes, notas cómo vas muriendo poco a poco.


Caes en picado al acantilado de la tristeza, donde te espera tu alma ennegrecida, con ansias de beber tu corazón putrefacto.


Nadie va a poder ayudarte. Nadie quiere ya ayudarte. 


Y eres un monstruo. De ojos sanguinolentos. Repletos de odio. Destrozando todo aquello en lo que se posan.


Ya eres incapaz de ver nada más allá del dolor y la tristeza. 


Te estás muriendo. Se mofan de ti los de tu alrededor. Te falta el aire. Te estás mareando. Ya no puedes hacer nada. Y te ves, ahí, riéndote de ti misma.


La luz ya no es luz. La vida ya no es vida, ni es sueño. Ya todo es nada, aunque para ti lo halla sido todo.

viernes, 1 de junio de 2012

Y un día te levantas y sientes que estás podrida por dentro.

En ninguna parte.

Voy a perderme en un mundo donde haya nada.
Voy a perderme allí donde no haga sol, donde no llueva.
Voy a perderme en ese lugar donde no corre el aire ni refresca la brisa.
Voy a perderme allí donde los pájaros no vuelan ni cantan.


Allí donde las nubes son transparentes y el cielo no tiene color.
Allí donde pueda gritar y nadie me oiga.


Donde pueda llorar y nadie me vea.


Voy a perderme en un mundo en el que no tengo amigos, ni familia, ni si quiera me tengo a mí.
Voy a perderme allí donde las palabras no salen, sólo se asoman a los barrotes de los labios.


Voy a perderme, ya volveré.


No me esperes levantado.

A veces sí se sabe.

"No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes".


Pero a veces sí lo sabes, pero no te sientes capaz de hacer nada para retenerlo.


Allí, la ves, es la más bellas. La rosa con el rojo más intenso. Destaca entre las demás, porque es especial. Pero si no la riegas, si no la abonas, sabes, que se marchitará. Sus pétalos caerán uno a uno, a cada cual más oscuro hasta volverse hoja seca... pasto de lluvia torrencial.

domingo, 27 de mayo de 2012

Una mattina.

Amanece.
La luz se cuela en mi cuarto. Dibuja rayas doradas en la pared. Pentagramas en blanco.
Me acuerdo de todos esos momentos juntas.
Da las quedadas.
Todas las tonterías que hacíamos por la calle sin importar que nos vieran.
Los abrazos. Las miradas que decían más que mil libros.
Todas las llamadas que duraban horas y horas, y nunca terminaban.
Ir las cinco por los pasillos del instituto riéndonos y hablando en alta voz.
Y os miraba. Miraba vuestras caras. Los ojos os chispeaban. Os mirabais unas a otras con cariño.
Cuando estábamos todas juntas se respiraba ternura.
Vuestras carcajadas sonaban tan cerca que se sentían en el corazón.
Vuestros abrazos eran, sin duda, los mejores.
El calor de vuestra mano, a veces fría, impregnada de cariño hacía crecer millones de flores en cada caricia.
Vuestro apoyo hacia todas. Nunca os faltaban palabras para defender o animar a alguien, e iban acompañadas de miles y miles de abrazos...


Y ahora queda muy poquito de esos días en los que me levantaba pensando en vosotras, en que cuando os viera os iba a dar el mejor abrazo del día. Y, perdonadme, pero ahora ya no siento nada cuando estoy con vosotras. Y eso me duele, no sabéis cuanto.


¿Seré yo? ¿Vosotras, quizás? No lo sé.


Ahora, cada mañana al levantarme me siento sola. Siento que os vais desvaneciendo poco a poco. Os veo avanzar, seguir adelante riendo y soñando, y yo sin poder caminar a vuestro lado. Me quedo estancada, atrapada en un bosque. Sólo oigo vuestras risas a lo lejos. Escucho cómo me llamáis, cómo me pedís que vaya a vuestro lado, pero por mucho que corra, acabo siempre en el mismo lugar. Y por el camino tropiezo y me caigo, y sigo corriendo con las rodillas ensangrentadas. Me quedo sin aliento. Os pido a gritos que me ayudéis a levantarme, yo sola no puedo. Pero mi voz se vuelve brisa. Os remueve el pelo y la ropa. Y reís, mientras intento curar las heridas.


Seguís caminando. Cada vez oigo vuestras voces más tenues, más lejos.


Intento levantarme, me apoyo en un árbol. Os vuelvo a pedir que me esperéis. Y la brisa vuelve a despeinaros.


Avanzo unos pasos, ya no os veo en el horizonte arbóreo.


Sigo caminando, pero vuelvo al mismo claro donde estuve sentada.


Ya no tengo fuerzas para seguiros.


Me dejo caer al suelo, apoyándome en el mismo árbol que me sostuvo no hace mucho. Miro al suelo. Y empieza a llover.













martes, 8 de mayo de 2012

At last.

Sophie ve ahora la cicatriz de su muñeca y no puede evitar pensar por qué no cogió un cuchillo o unas tijeras que realmente cortaran y rematar así la faena. Terminar, o no, con todo. Sentirse liberada.
Dejar las cosas a medias es su sino.
Pero luego agradece no haberle dado ningún susto a nadie, aunque lo deseara en lo más profundo de su ser. 
Las heridas cicatrizan en la piel, pero nunca en el corazón. Nunca en la mente. Nunca en el alma.
Ese recuerdo la atormentará cuando no esté concentrada o distraída. Sabrá llevarlo, le quedará la duda perenne de "qué habría pasado si hubieran cortado mejor las tijeras".
¿Habría visto otro amanecer? ¿Le habría dado los buenos días a su madre, como cada día? ¿Volvería a tocar el chelo? ¿Saldría de nuevo con las amigas? ¿Y si no hubiera salido de ahí? ¿Y si su alma se hubiera evaporado como el agua que hierve en el cazo de la señora McConaghan mientras se prepara el té? ¿Y si sus lágrimas no hubieran vuelto a derramarse más de alegría?
Mientras acaricia lo que queda de marca piensa en todo eso. 
Nadie se hubiera imaginado que la joven Sophie, de 16 años, tan sonriente todos los días, siempre con algo tierno que decir, rebosando cariño allá por donde pisa, estaba tan hundida. Estaba tan triste.
Llevaba mil losas a su espalda. Las yagas le llegaban al corazón. No podía mantener ya la entereza.
No sabía lo que le pasaba. Se sentía vacía. Hueca. Todo le era indiferente.
Lloraba desconsolada ante la pared de su cuarto. Sentía lástima de sí misma. 
Echaba en falta muchas cosas. Notaba que ella y el mundo estaban descompensados.
La tarde en la que Sophie no pudo más se encerró en su cuarto. No cenó. No fue al salón a ver en la tele su programa favorito. No encendió siquiera el ordenador. No hizo nada. Tampoco lloró.
Sus ojos, hundidos y mates, no expresaban ya nada. Si mirabas a través de ellos podías divisar un fondo en negro.
Probó a escribir cómo se sentía, pero odiaba toda palabra que escribía, una detrás de otra, y otra, y otra... Cuanto más escribía, peor se sentía.
Ordenaba las palabras en su cabeza, describía, casi a la perfección, todo lo que pensaba. Todo lo que quería que le ocurriese y sus consecuencias. Absolutamente todo.
La rabia subía por sus tobillos. Le recorría los muslos. Subía. Bordeaba su estómago, que se comprimía. Seguía subiendo. llegaba a la garganta. Le quemaba. 
Qué sensación tan horrible.
No aguantó más, se levantó de la cama, buscó algo que cortara, lo cogió y se sentó.
Puso el metal frío en su muñeca izquierda. La arañó, como si un gato hubiera pasado por ahí. La imagen se repetía en su mente: ella sentada en el suelo, apoyada en la cama, con la mirada perdida y un charco de sangre a su alrededor.
Efectuó el primer corte. No fue muy hondo.
Pensó en su padre.
Otro corte, en el mismo lugar.
Pensó en su madre.
De nuevo cortó, con más fuerza.
Su hermano.
Otro más y más fuerte.
Sus abuelos.
Otro.
Sus amigas.
Otro más.
Pero lo que le hizo clavar las tijeras como si de un punzón se tratara, en la ya sanguinolenta piel, justo en una vena verdosa, fue pensar en ella misma. 
Apretaba la herida.  La abría con los dedos. Quería derramar todo el dolor que recorría su cuerpo. Pero no fue posible.
Contempló la posibilidad de adentrarse en la cocina, pero no quería hacer ruido, con lo torpe que era seguro que tropezaría o tiraría algo al suelo.
Prefirió insistir con el útil que tenía en sus manos.
Limpiaba la cuchilla de las tijeras en la sábana, dejando líneas rectas coloradas en la esquina de ésta.
Arrepentida de haber hecho eso, fue a despertar a su madre. Lo primero que dijo fue que lo sentía. Sentía haberse hecho eso. Provocarle a su madre un dolor inmenso.
Ésta tranquilizó a Sophie. La llevó al baño donde le curó la herida y la obligó a acostarse, para dormir algo al menos antes de ir al instituto, ya que se había pasado la noche en vela.
Sophie obedeció.
Durmió dos horas escasas, pero fue al instituto.
Estaba cansada. Le dolía la muñeca, tenía sueño y no se encontraba bien. Vestía de negro. 
Era una señal. Sophie se vestía con los colores según se encontrara emocionalmente. Y el negro era el que mejor le venía.


Los días transcurrían como siempre. Ya no hablaba. Ya no pensaba en otra cosa sino en morir. 


Notaba cómo aquellos a los que ella quería pedir ayuda, sin saber cómo, se iban alejando cada vez más. Y ésto le hacía hundirse, hasta tal punto que ya no le importó sentirse sola.
Rodeada de amigos, en su frente se podía leer la palabra "Soledad" en grande y en negrita.
De camino a casa no miraba otra cosa que no fuera la acera. Ya ni se volvía a mirar por si le atropellaba algún coche. Lo prefería.
Cerrar la puerta de lo que ella consideraba, en cierta medida, su hogar, le hacía romper el llanto. Se iba a su cuarto, bajaba la persiana, apagaba la luz y cerraba la puerta. Permanecía en la cama, sin gimotear ni respirar fuerte. Sólo derramaba lágrimas. Silenciosas.
Había días en los que ni comía. Y si lo hacía, era poco.

Todo el mundo intentaba sacarle una sonrisa. Por pequeña que fuera. Pero nadie lo conseguía.

Los días fueron pasando, hasta que dijo "basta".
Pidió ayuda, sacando fuerzas de donde no había nada más que ceniza. Y poco a poco fue recuperando la sonrisa que tanto la caracterizaba. Y sus ojos volvieron a transmitir, volvieron a brillar.

Al fin, era un poco más feliz.

domingo, 29 de abril de 2012

Crêpes.

Algo se me ha caído encima. Huele a Nenuco. Abro los ojos. Ahí están. Esos ojos grandes, azules y profundos. Una carita ovalada los enmarca. La nariz respingona pone el punto pícaro. Es Javi, mi pequeño terremoto. Una de las razones de mis días.
- Mamá, tengo hambre- susurra mientras acerca su mano a mi mejilla.
Sonrío. Cojo su mano, chiquitina y suave, y la beso.
Al otro lado de la cama está mi marido, otra de las razones. Está de lado, dándonos la espalda. Resopla. Javi se abalanza sobre él.
- ¡Papá, tengo hambre! - dice mientras se revuelca sobre las sábanas propinando pequeñas patadas al costado de su padre.
La habitación está iluminada por el sol de domingo. Es amplia, de paredes ocres y suelo de madera. Los muebles concuerdan con la calidez del cuarto en madera de nogal. Las sábanas, con diminutas flores de color rosa palo estallan en un fondo beige.
Justo en el centro de la cama resplandece el pijama rojo del pequeño. Su pelo castaño refleja los rayos del sol que se cuelan por la ventana.
Nos destapa. Se ríe.
Mi marido se levanta y lo coge en peso. Lo lanza por los aires. Las carcajadas de Javier envuelven toda la habitación.
- ¡Vámonos volando a la cocina!- le dice al pequeño.
Yo contemplo la escena sentada en la cama.  Veo cómo desaparecen, rumbo a la cocina.
- ¡Quiero crêpes con chocolate, papá!- chilla Javi.
Se ve que lo ha dejado ya en el suelo puesto que oigo cómo abre el frigorífico, en busca de la leche, quizá. Cómo saca la sartén del horno y la coloca en el hornillo. El rito con el que bate la mezcla. Puedo ya oler la mantequilla derritiéndose en el fondo de la sartén. El crispar de la masa vertida. 
Al cabo de un rato, corto, cuando ya Javi está desayunando, oigo los pasos de mi marido. Aparece en la habitación, se acerca a mi. Me besa
- Buenos días, cariño- dice - Te quiero-.
Y se dirige al comedor de nuevo,  Javier lo está llamando. Quiere otro cola-cao.
Yo también.

domingo, 22 de abril de 2012

De risa.

Y es en el momento en el que las tijeras han conseguido abrir mis venas dejando total libertad a mi sangre, cuando me doy cuenta de lo mal que estoy. 
Vivo siempre en el pasado y en el futuro.
Es agotador, ¿sabes?
me siento, cuando recuerdo o imagino, realmente mal. Es algo automático que se dispara en mi mente dejando una estela de dolor y tristeza allá por donde pasa.
No quiero una muerte en la que sufra. Sólo quiero sentir cómo me desvanezco en mi olvido, desparramando todo ese dolor, esa angustia, toda esa rabia acumulada., sientiéndome al fin libre de mí misma. Sin esa cadenas que me obligan a persistir en este mundo en el cual no encajo.
Será en ese momento cuando mi cuerpo y mi mente serán nada y mi alma irá donde deba ir, libre al fin de ésta, mi vida, que oprimo hasta asfixiarla.
Me preguntaron una vez cómo me sentí después de abrir un canal en mi piel.
- Aliviada- dije - Relajada- añadí.
¿Te crees ahora lo mal que estoy?
¿Sigues pensando que son cosas de adolescentes?
Yo pienso que sí. Y me siento ridícula.
Muchas veces he pensado qué pasaría si me atropellara un coche. Cómo reaccionarían las personas a las que les importo algo. ¿Vendrían a verme al hospital? ¿O sólo llamarían? ¿Me sentiría luego mal por haberles dado ese disgusto involuntario? No te quepa duda.
Espero siempre de los demás. Me hago ilusiones y luego...luego me caigo por un precipicio. La desilusión es tal que no podría explicarla con palabras.
Sigo oyendo mi corazón. Ese estúpido martilleo.
No sirve para nada, ni si quiera para pararse.

sábado, 7 de abril de 2012

The end.

Se abren grietas en mí derramando vida en el suelo del baño.
Tengo frío.
Estoy sola.
Les he fallado a todos.
Estoy vacía.
Ahora podré descansar, y liberaré de preocupaciones y de dolor  a los de mi alrededor.
Podrán olvidarse de mí. Ya no me importa. Es más, lo agradezco.
Se acabó.