domingo, 29 de abril de 2012

Crêpes.

Algo se me ha caído encima. Huele a Nenuco. Abro los ojos. Ahí están. Esos ojos grandes, azules y profundos. Una carita ovalada los enmarca. La nariz respingona pone el punto pícaro. Es Javi, mi pequeño terremoto. Una de las razones de mis días.
- Mamá, tengo hambre- susurra mientras acerca su mano a mi mejilla.
Sonrío. Cojo su mano, chiquitina y suave, y la beso.
Al otro lado de la cama está mi marido, otra de las razones. Está de lado, dándonos la espalda. Resopla. Javi se abalanza sobre él.
- ¡Papá, tengo hambre! - dice mientras se revuelca sobre las sábanas propinando pequeñas patadas al costado de su padre.
La habitación está iluminada por el sol de domingo. Es amplia, de paredes ocres y suelo de madera. Los muebles concuerdan con la calidez del cuarto en madera de nogal. Las sábanas, con diminutas flores de color rosa palo estallan en un fondo beige.
Justo en el centro de la cama resplandece el pijama rojo del pequeño. Su pelo castaño refleja los rayos del sol que se cuelan por la ventana.
Nos destapa. Se ríe.
Mi marido se levanta y lo coge en peso. Lo lanza por los aires. Las carcajadas de Javier envuelven toda la habitación.
- ¡Vámonos volando a la cocina!- le dice al pequeño.
Yo contemplo la escena sentada en la cama.  Veo cómo desaparecen, rumbo a la cocina.
- ¡Quiero crêpes con chocolate, papá!- chilla Javi.
Se ve que lo ha dejado ya en el suelo puesto que oigo cómo abre el frigorífico, en busca de la leche, quizá. Cómo saca la sartén del horno y la coloca en el hornillo. El rito con el que bate la mezcla. Puedo ya oler la mantequilla derritiéndose en el fondo de la sartén. El crispar de la masa vertida. 
Al cabo de un rato, corto, cuando ya Javi está desayunando, oigo los pasos de mi marido. Aparece en la habitación, se acerca a mi. Me besa
- Buenos días, cariño- dice - Te quiero-.
Y se dirige al comedor de nuevo,  Javier lo está llamando. Quiere otro cola-cao.
Yo también.

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