domingo, 27 de mayo de 2012

Una mattina.

Amanece.
La luz se cuela en mi cuarto. Dibuja rayas doradas en la pared. Pentagramas en blanco.
Me acuerdo de todos esos momentos juntas.
Da las quedadas.
Todas las tonterías que hacíamos por la calle sin importar que nos vieran.
Los abrazos. Las miradas que decían más que mil libros.
Todas las llamadas que duraban horas y horas, y nunca terminaban.
Ir las cinco por los pasillos del instituto riéndonos y hablando en alta voz.
Y os miraba. Miraba vuestras caras. Los ojos os chispeaban. Os mirabais unas a otras con cariño.
Cuando estábamos todas juntas se respiraba ternura.
Vuestras carcajadas sonaban tan cerca que se sentían en el corazón.
Vuestros abrazos eran, sin duda, los mejores.
El calor de vuestra mano, a veces fría, impregnada de cariño hacía crecer millones de flores en cada caricia.
Vuestro apoyo hacia todas. Nunca os faltaban palabras para defender o animar a alguien, e iban acompañadas de miles y miles de abrazos...


Y ahora queda muy poquito de esos días en los que me levantaba pensando en vosotras, en que cuando os viera os iba a dar el mejor abrazo del día. Y, perdonadme, pero ahora ya no siento nada cuando estoy con vosotras. Y eso me duele, no sabéis cuanto.


¿Seré yo? ¿Vosotras, quizás? No lo sé.


Ahora, cada mañana al levantarme me siento sola. Siento que os vais desvaneciendo poco a poco. Os veo avanzar, seguir adelante riendo y soñando, y yo sin poder caminar a vuestro lado. Me quedo estancada, atrapada en un bosque. Sólo oigo vuestras risas a lo lejos. Escucho cómo me llamáis, cómo me pedís que vaya a vuestro lado, pero por mucho que corra, acabo siempre en el mismo lugar. Y por el camino tropiezo y me caigo, y sigo corriendo con las rodillas ensangrentadas. Me quedo sin aliento. Os pido a gritos que me ayudéis a levantarme, yo sola no puedo. Pero mi voz se vuelve brisa. Os remueve el pelo y la ropa. Y reís, mientras intento curar las heridas.


Seguís caminando. Cada vez oigo vuestras voces más tenues, más lejos.


Intento levantarme, me apoyo en un árbol. Os vuelvo a pedir que me esperéis. Y la brisa vuelve a despeinaros.


Avanzo unos pasos, ya no os veo en el horizonte arbóreo.


Sigo caminando, pero vuelvo al mismo claro donde estuve sentada.


Ya no tengo fuerzas para seguiros.


Me dejo caer al suelo, apoyándome en el mismo árbol que me sostuvo no hace mucho. Miro al suelo. Y empieza a llover.













No hay comentarios:

Publicar un comentario