viernes, 10 de agosto de 2012

Con cianuro en el café

EL aroma a café se expande por toda la habitación. Es tan delicioso. Saco del armario el azucarero rosado. Dos cucharadas rasas. Cojo de la nevera el cartón de leche. un pequeño chorro de blanca pureza destiñe el amargo café humeante. Ya puedo saborearlo incluso.

 Abro otro armario y cojo, con cuidado, un pequeño plato de porcelana blanca, donde se pueden ver en sus orillas motivos florales en distintos tonos pastel, y lo dejo sobre la encimera de frío granito gris plomo. 

 Me encanta el sonido que produce el choque de la porcelana.
Y para terminar...Una, dos y tres gotitas transparentes caen de forma contínua desde un cuentagotas que sujeto con cuidado. ¿Bastará con tres? Echaré una más.

Observo cómo cae ésta última gota. Guillotina el aire. Cae. Cae y forma un cráter. Un cráter líquido, caliente. Amargo. Me recuerda al momento del disparo de un asesino en la nuca de una joven desnuda y arrodillada pidiendo clemencia. Al momento exacto en el que una madre desequilibrada sumerge la cabeza de su retoño en una bañera de agua tibia y la deja ahí, hasta que la criatura deja de moverse.

Coloco la cuchara descansando en el pequeño plato. Tomo en mis manos mi arma más letal camuflada en un simple café. Salgo de la cocina.

Te observo. Ahí estás. De espaldas a mí. Leyendo el periódico. Voy hacia ti sin dejar de poner la mirada fija en tu nuca, como haría un asesino. Sin dejar de imaginarme cómo pedirías que te perdonara la vida. Ya estoy detrás tuya. Sonrío. Es mi forma de despedirme de tí.

Dejo tu muerte asegurada en la mesita que hay a tu lado.

.-Gracias, cielo-. dices sin ni si quiera mirarme a la cara. Con desgana en la voz. Creo que es la primera vez que salen de tu boca unas palabras amable en este último año.
.- De nada-. digo mientras me dirijo a mi sillón, sí, ese, el que está enfrente de el tuyo. Cojo la faena de punto, una bufanda para Charlie, para cuando salga a jugar con sus amigos en invierno y no coja frío. Me siento. Me siento a observar tu final. El saber que desconoces lo que te espera me hace sonreír de medio lado. Tengo la respiración agitada y no atino a coger el punto. Pero es tal la expectación y la excitación que no hago ni un esfuerzo por concentrarme. Sólo te miro de reojo.

Pirmer sorbo. Toses.
Segundo sorbo. Te rascas la garganta y vuelves a toser. Te está entrando calor, pero no dejas de leer el periódico.
Tercer sorbo. Te cuesta un poco respirar.
Último sorbo. Caes al suelo. Te revuelves como se revuelven los animales cazados.  Arrancas el aire de la habitación para poder llenar tus pulmones. Jadeas. Agarras la alfombra con tus manos. Te retuerces de dolor. Te encoges. Intentas mediar palabra, no puedes. Empieza a salirte un poco de espuma por las comisuras de la boca. Se te mezclan los síntomas del fin de tu vida. Se te cierra la garganta completamente.

Y yo sigo observando, como público de una corrida de toros, cómo la bestia es toreda y vencida hasta caer desplomada, sin vida, en la arena del tiempo. Tiempo perdido.

Ahora ya sí que no respiras.
Te miro. Sonrío.

.-Que te aproveche el café, querido...-.

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