jueves, 16 de agosto de 2012

Descalza

Llego a casa. No hay nadie. no se oye nada.
Cierro la puerta tras de mí y dejo las llaves en el cenicero de siempre. Aquél que nos regalaron tus padres el día que hicimos la barbacoa en el campo. Para estrenar la casa.

Camino de la habitación voy mirando por todas las habitaciones por si te encuentro en alguna. Pero no estás. Puedo respirar tranquila. Puedo pensar con claridad.
Dejo la chaqueta y el bolso encima de la cama, y me siento en ella. Me dispongo a quitarme las botas de piel de tacón, cuando al agacharme un poco, la mirada se me queda una milésima de segundo en una foto, la que está encima del comodín, justo enfrente de mí. No puedo evitarlo, y con desazón la observo. La observo y me duele. Me duele y mucho.

La tomo entre mis manos. Necesito creerlo. Necesito creer que hubo un tiempo en el que fuimos felices. Un tiempo en el que nos queríamos. Que soñábamos con pasar la vida entera el uno al lado del otro. Pero de repente todo cambió. Cambiamos los dos.

Se nos acabó la pasión. Se nos acabó la confianza. Se nos acabó la sinceridad.

Dejo el marco con nosotros sonriendo encima de la cama. Termino de descalzarme.

Oigo la puerta. Las llaves chocan con el pomo metálico y el llavero con la madera. Eres tú.
Oigo tus pasos, por el pasillo. Lentos, calmados. Te regocijas en cada centímetro cuadrado de parqué. Dices mi nombre en alto. Me buscas. No respondo. Permanezco sentada en la cama, al amparo de verte de nuevo. De mirarte a los ojos y sentir que no hay nada. De escrutar tu mirada y saber que ya no me veo en ella. Lo agradezco. Yo estoy igual.

A veces siento la necesidad de plantarle cara a las palabras. Pero en mi mente sólo se oye, una y otra vez: "No rompas el silencio si no es para mejorarlo"









Dedicada a Miriam Pagán Ros.

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