domingo, 30 de septiembre de 2012

Falcatas y gladius

Y cuando la espada de acero blande, rompiendo así la coraza del centurión, una nube se coloca ante el sol. El día se vuelve oscuro, mientras la sangre corre por la arena. Las flechas ocultan el cielo y caen como halcones sobre los soldados carthagineses. Erguidos caballos surcan el campo de batalla, arramblando con lo que se cruza en su camino. Los escudos heridos, protegen malamente al ejército. Suenan espadas contra espadas. Saltan chispas. Mueren hombres. Las lanzas apuntan al Olimpo, donde los dioses observan con atención el espectáculo. La guerra nace, nace y se expande. Dejando sin aliento a hombres que han dado su vida. Los cascos caen, las cabezas ruedan, los correajes se rompen... Se huele a cuero, a cuero y sangre. A odio y victoria. No somos nadie en este mundo.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Pawn shop.

Dejo los pendientes que me regalaste, esos de oro y florecitas de tela rosita palo. Esos que me ponía sólo en ocasiones especiales. 

La estancia, este lugar, huele a sueños rotos, a recuerdos mal pagados. 

Tintinean al dejarlos sobre el pequeño cajón metálico, que pasará al otro lado mediante un tirón, sin dejar tiempo a que pueda arrepentirme un segundo, atravesando una mampara de metacrilato, supongo. Detrás, un hombre de aspecto desaliñado. Moreno de piel, sucio, con la camiseta rota, y una chaqueta de deporte, imitación... pone "Barsha". Bastante patético.

 Las paredes grises me recuerdan a tus ojos. A esos días de lluvia que pasábamos en casa, en el sofá, acurrucados, cada uno con un libro, charlando, o simplemente en silencio. Ese silencio que decía más que todas las palabras, que todas las canciones, que todos los poemas... Ese silencio que invitaba al reposo, a quererte cada día un poco más. A hacer balance de lo que había que comprar o hacer luego, u otro día.

El hombre, coge los pendientes con asco. Me mira de arriba a abajo. A saber qué pensará... Muevo el pie deprisa, el ritmo que lleva mi taconeo es el sinónimo de mi pulso en este momento. Tengo el estómago encogido. Siento como si un millón de pequeñas agujas pasaran de un lado a otro de él y lo apretaran, lo zurcieran. Si hubiera picado algo antes de venir, ya lo habría vomitado.
La habitación, este pequeño recuadro, apesta a remordimientos y dolor. A parte de a orín y a humedad. El suelo, de un negro sucio, se me pega a las suelas... Hay dos sillas mugrientas, grises también. Están raídas por el roce... y tienen algunos sitios más oscuros que otros, en un tono pardo. La pared de mi izquierda tiene churretes verdosos...  Y el techo cuenta con humedades, puede que de las bajantes del edificio. 
El hombre sigue mirando los pendientes. Ahora se ha puesto un monóculo de esos que utilizan los joyeros. Como el que llevaba aquél hombre de pelo canoso que nos atendió tan amablemente cuando te acompañé a elegir los pendientes. Sabías que no me molestaría ir contigo y elegirlos yo. Nunca quisiste fallar en un regalo. 

- Sólo te puedo dáh sincuenta leuros.- dice aquél hombre. Menuda mierda.

- Bueno, ¿seguro que no puede darme algo más?-.

- Lo siento, señorita-.

Todas esas caricias a media noche. Todas esas sonrisas entre toallas. Todas esas cenas en el balcón a la luz de una diminuta vela, con dos copas de vino y una tortilla francesa en el plato. Todas esas carcajadas que fluían desde dentro con sólo mirarnos.
Los abrazos cuando nos esperábamos en algún sitio, esos que te hacen sentir único en el mundo. Todos los recuerdos que me traen estos pendientes van a ser vendidos por cincuenta euros. No me lo perdonaré jamás.
Pero el hecho de que ya no estés aquí. De que te fueras para no volver. De que nos despidiéramos allá donde la hierba crece a su libre albedrío y la brisa surca el mármol.. erosionando todas las lágrimas que un día se derramaron sobre la fría y blanquecina superficie. Fue ese día, cuando vi los claveles rojos llorando. Cuando mi mirada se quedó perdida en el horizonte mientras el viento, helado, me cortaba los labios. Estos labios que un día encontraron refugio en los tuyos, que ahora están fríos y morados. Con las manos en los bolsillos y el corazón roto, me despedí como pude del que fue mi acompañante, mi amigo, mi primer y único amor. Dije adiós en un susurro ensordecido por el sonido de las hojas de un árbol que tiritaba. Y una pequeña lágrima. Tímida y fría, asomó por mi ojo... y calló a la madera. Cerezo. Y en mi cabeza sólo resonaba una frase .-¿Por qué tú y no yo?-. Pero las casualidades existen, y esta vez te tocó a ti.

-Señorita, ¿loh va a queré vendé o no?-. dijo ese intento de ciudadanía con impaciencia.

-Sí, sí...-. No me lo podía creer. Estaba vendiendo a un gitano sudoroso y estúpido lo más preciado que tengo desde que te fuiste. Pero fue una promesa que nos hicimos: "Si alguno de los dos faltamos algún día, tiraremos todo aquello que nos devuelva a la vida con los recuerdos. No merece la pena morir cada segundo, no vivir porque nos añoramos. Volvamos a rehacer nuestras vidas." Pero yo no puedo. No puedo. 

- Disculpe, pero al final no lo vendo.- digo al fin, saliendo de este trance tan... rutinario...

- ¿Pero cómo me va a hasé éso?.- replica.

- Lo siento, pero no puedo. ¿Me los devuelve?.- insisto

- Pero, señorita, comprenda que...- intenta persuadirme

- No, no comprendo nada.- interrumpo-. devuélvamelos.- le ordeno, mirándole a los ojos.

Con desazón los vuelve a meter en el cajón metálico y me los pasa a través de la mampara.
Vuelven a ser míos. Vuelves a mí de nuevo.

Abro la puerta y salgo de ese tugurio que olía a lupanar de carretera. El cielo está encapotado, gris, negro. Huele a lluvia. Empieza a chispear. Llueve.

Las calles se mojan. Mis tacones se sumergen en charcos asfaltados. Corro. Sigo corriendo. 

*Clin, clin, clin* 

Llego a casa. Empapada. Me rebusco en los bolsillos. Sólo hay un pendiente.

Es una señal.

En ese momento lo veo claro. Todo tiene sentido.

 Afuera sigue lloviendo. Huele a nostalgia, a melancolía y a tierra mojada.

De una manera u otra, sabías que te ibas para siempre. Creo que yo también, pero no podía, no quería imaginarlo.

pálpito. Y acto seguido decirte que te amaba, y sellar nuestras palabras en un beso.

Tomo entre mis dedos el pendiente, largo, frío, lo acerco a mis labios y dejo caer un beso, el mismo que tatué en tus labios cuando exhalaste por última vez, y lo lanzo por la ventana.

Siempre con el corazón.♥