domingo, 7 de octubre de 2012

Días de hacer nada.

Hay días, de todos los felices, en el que tu cuerpo te pide que llores. Te pide que pongas una canción triste, que leas un poema desolador, que escribas el texto más azul. Porque te lo pide. Porque se merece un descargo. No tiene por qué significar un derrumbe, ni un tropiezo. Sino, un alivio del alma.

Hay días en los que tus ojos te piden que llores. Se secan de ver cada día lo malo, y aguantar desérticos. Pero esto no significa que vayan a verse inundados eternamente. Simplemente quieren refrescarse, aliviarse. Un momento solo.

Hay días en los que tu mente no te permite hacer nada. No te permite soñar, concentrarte, pensar, imaginar. Sólo pasa la información que recibe por un filtro. Pero no se queda ni con lo bueno, ni con lo malo. Sólo con lo neutro. Pero esto no significa un desequilibrio, ni un estado de fallo de pensamientos cognitivos. Simplemente no quiere preocuparse de nada en este momento.Sólo quiere que los días pasen lo más rápido posible, y hacer el mínimo esfuerzo.

Hay días en lo que el corazón no quiere nada. Quiere dormitar. Vivir en un Limbo fresco y limpio. Latir cada minuto, pero tranquilo. Sin sobresaltos. Sin pausa, pero sin prisa.

Hay días y días. No todos tienen que ser buenos ni malos. Los hay, que no tienen nada. Idóneos para sentarse en el balcón a observar lo que tengas delante. A mirar embobado una página de un libro o la pared.  A andar sin un rumbo fijo con la mente en blanco. A escuchar música, sin interpretarla, analizarla, o simplemente escuchar la letra. A dormir hasta el anochecer. Días en los que nada te llena. Días de hacer nada.

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