miércoles, 28 de noviembre de 2012

Un regalo de Antonio Lois


EL HADA DEL AMOR Y SU HERMANA SOLEDAD
Triste. Notaba como la soledad le comía hasta el alma.
La brillante luz de la lámpara iluminaba toda la mesa, pero ella solo tenía la mirada fijada en dos manchas azules que se habían apoderado del espacio, en la cabecera de un folio blanco infinito. En la habitación revoloteaban los acordes del Match made in heaven, acercando un partido celestial hasta los nueve metros cuadrados de su espacio. Y así, un día, y otro, y otro… Solo cambiaba el número de manchas y las canciones.
Hasta aquella tarde de un otoño aburrido, en la que él la llamó. Esa misma noche, le escribió una carta. Aunque lo importante, fue que a partir de ese momento, de nuevo se aventuró a escribir. Sin lagunas, otra vez, cogió el bolígrafo y ya no paró.
“Hola mi niño.
¡Qué bonito ese ratito!, fue fresco y sincero. Te notaba radiante y me has hecho feliz. Cada sílaba que me dijiste me encantó, hasta las que pensaste y no salieron de tus labios, ¿son las más importantes?, creo que sí. Las palabras no dichas son más sinceras, porque las piensas con el alma y las dicta el corazón, pero solo las escucha quien bien te conoce, quien te quiere. Pues esas fueron mías esta tarde, las oía claras y dulces, salían de tus labios y me llegaban como un susurro.
Esta noche el viento está furioso, brota de la oscuridad y lo llena todo, suena como sirena de fabrica en la lejanía y hace temblar persianas, puertas. Los papeles revolotean en eternas cabriolas y los perros callejeros se han enroscados para olvidar el frío de su soledad. Es el Levante, furioso y angustiado. Cuando salta, los locos se alinean mirando al Este, y los cuerdos se meten en sus casas, como quien cree que escondiendo la cabeza, el enemigo no le verá. El Levante no perdona, llena hasta el último rincón, pero aquí no llega, este suelo es sagrado, está protegido por la magia de la varita del hada del Amor. Raro, pero yo lo conseguí, fue fácil, solo fui sincero. Te lo contaré.
La noche reinaba, como ahora, y estaba a punto de caer desde el mundo del ruido hasta el abismo de los dormidos. En ese duermevela, me pareció adivinar la presencia de alguien en mi habitación. Recordé esos ratos, cuando era niña (creo que ayer), en los que veía duendes que llenaban mi habitación. Pequeños, verdecillos, saltando, bailando por todos los sitios. Temía que desaparecieran cuando cerrara los ojos y por eso, los mantenía abiertos hasta que me rendía el sueño y... efectivamente, desaparecían.
En esa noche, algo o alguien había allí, lo notaba, lo sentía como si estuviera muy cerca de mi cama. Con audacia pero despacio, fui abriendo los ojos, hasta que pude ver claramente a una mujer frente a mí. Alta, de sinuosa silueta, su piel muy blanca contrastaba con su pelo negro como el café. La mirada clara de sus ojos de miel se clavaba en los míos.
—¿Tienes miedo?- Me preguntó con dulce voz.
No, solo temo al odio.
—Entonces a mi no me temerás, yo no odio a nadie.
—¿Por qué has venido a mí?
—Para darte un mensaje y un aviso.
Me quedé en silencio, ¿un mensaje?, ¿un aviso?, eso me preocupaba, era como si no quisiera conocer cuál sería mi destino o una mala noticia de alguno de los míos; pero la curiosidad me pudo.
—Pues aquí estoy, ignorante de tu conocimiento y recelosa de mi destino.
—El mensaje es claro: No ames a nadie que no te quieras.
Quedó en silencio y su mirada escudriñaba mi alma a través de los ojos. Quería saber mi reacción. Adivinar si ese caso era parte de mi historia o mi presente. Fui granito, mis ojos brillaban de vida y mis labios mudos, no titubearon ni un solo momento.
—¿Quieres escuchar el aviso? -de nuevo habló, rindiéndose a mi silencio.
—No quedaría tu misión cumplida, ni mi ánimo en sosiego si no fuera así.
—Te lo diré, pero solo si sabes reaccionar bien ante una pregunta.
—Te agradezco el mensaje -dije pausadamente- es importante y sin duda, lo pondré en práctica. Del aviso te diré que no quiero conocerlo, aunque mi vida este en juego, ya que si depende de lo que tu entiendas que es una respuesta ideal; soy consciente de mis imperfecciones pero estas, hacen que comprenda mejor mis virtudes.
—Se nota que la luz del alba que te vio nacer, aún ilumina tu cerebro. Tus palabras han sido mejor que cualquier respuesta; así que te regalaré algo mejor que el aviso. En esta habitación solo conocerás el amor y quedaran fuera los diablos negros de los defectos humanos, eso te servirá para soportar los duros meses que pasaras acompañado de mi hermana, el hada de la Soledad.
Y sin más, se acercó a mí y me besó, suavemente, posó sus labios de ambrosía en mi mejilla. Cerré los ojos para sentir su cálido beso y cuando los abrí había desaparecido dejando un suave olor a rosas húmedas.
Desde ese día, no me importa el futuro ni mi destino, soy feliz en mi pequeña habitación, donde solo hay espacio para mis recuerdos y el amor.
Aquí me has acompañado mil veces, aquí hablamos, a veces solo nos miramos, rozamos nuestros dedos y bailamos en silencio, hacemos el amor y dormimos con una sonrisa. Aquí vivimos nuestro amor.
Te quiero."
No dejes que te venza el hada de la Soledad.


Gracias por este regalo. 
Fue muy gratificante recibirlo y por eso me gustaría compartirlo con quien quiera leerlo.

Gracias, muchísimas gracias, de nuevo, Antonio.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Cicatrices de tinta

Y cojo una hoja en blanco. Un boli. Me siento. Y los miro.
A veces olvido para qué sirven sino para copiar cosas de la pizarra o para garabatear cuando la explicación se hace intragable. O simplemente actúa de alza en una mesa coja.
La miro. La observo desde todos los ángulos. Cojo el bolígrafo. Sé que hay algo más bello que la teoría de la evolución de Darwin sobre lo que escribir. Algo que no implica ciencia exacta, inexacta, conjugación o tests de Cooper.

Pero mi mente copia la blancura del folio y ahí me quedo. Sin expresión facial, el bolígrafo entre los dedos, danzando.

Me atrevo a comenzar una frase: "Te echo de menos.." y acto seguido la tacho, como si me fuera la vida en ello.

Enciendo los altavoces y busco en la carpeta donde se almacena la música algo que me inspire. Quizás un poco de Lana del Rey, o qué sé yo.. Nina Hagen.. Y retomo de nuevo mi tarea. Parir una frase que me haga estremecer y me anime a continuar con un breve relato sobre una vida inventada, sobre la mía, o una idea. Pero nada...

El manchurrón de tinta me observa. Incluso llega a intimidar. Me apoyo sobre la mano que me queda libre, la izquierda. Miro al infinito de la hoja. Saturo el azul de la tinta con pequeños rayajos inclinados.

Comienzo otra frase, un intento de descripción de una chiquilla incomprendida que se transforma en punki de ideas anti-nazis. Muy visto. Absurdo.

De nuevo, otro tachón.

.-Se me va a ir la tinta del boli sólo en tachones-. me digo a mí misma.

Ideas estúpidas vagan por mi mente... Lo que siente una tal Rachel cuando abre la ventana un día de invierno y le recorre un escalofrío por la espalda que la hace estremecer hasta hacerla volver corriendo para refugiarse entre sus sábanas, cual fortaleza impenetrable. Demasiado aburrido.

Tarareo y, como flashes que surcan los cielos, aparecen en mi mente metáforas sorprendentes, las cuales no me creo que salgan de mí. Pero a la hora de escribirlas, se disipan como la niebla. Qué frustrante.

Indignada con mi imaginación, tapo mi herramienta de expresión y lo dejo caer sobre el tablero haciendo que rebote. Me recuesto sobre el sillón y ahí está: Un folio blanco con dos cicatrices de las que casi fueron una disculpa, un texto melancólico, una descripción, una puesta en escena, una confesión o algo que te dijera que me arrepiento de todo lo que dije en su momento y que ojalá y no hubiera abierto esta cloaca que tengo por boca. Que cuando tuve la oportunidad, haberte saludado al menos y dejar las cosas lo más tibias posibles. Gritarle al viento que me equivoqué. Susurrarle a las hojas secas que perecen en la acera que echo de menos a mi amigo. Entiendo que ya no sea posible nada. Obré muy, muy mal. Pero nunca es tarde para pedir perdón. Yo seguiré sonriendo y siendo feliz. Y sé que tú también. Me alegro de haberte conocido. Gracias por todos esos momentos.