sábado, 17 de noviembre de 2012

Cicatrices de tinta

Y cojo una hoja en blanco. Un boli. Me siento. Y los miro.
A veces olvido para qué sirven sino para copiar cosas de la pizarra o para garabatear cuando la explicación se hace intragable. O simplemente actúa de alza en una mesa coja.
La miro. La observo desde todos los ángulos. Cojo el bolígrafo. Sé que hay algo más bello que la teoría de la evolución de Darwin sobre lo que escribir. Algo que no implica ciencia exacta, inexacta, conjugación o tests de Cooper.

Pero mi mente copia la blancura del folio y ahí me quedo. Sin expresión facial, el bolígrafo entre los dedos, danzando.

Me atrevo a comenzar una frase: "Te echo de menos.." y acto seguido la tacho, como si me fuera la vida en ello.

Enciendo los altavoces y busco en la carpeta donde se almacena la música algo que me inspire. Quizás un poco de Lana del Rey, o qué sé yo.. Nina Hagen.. Y retomo de nuevo mi tarea. Parir una frase que me haga estremecer y me anime a continuar con un breve relato sobre una vida inventada, sobre la mía, o una idea. Pero nada...

El manchurrón de tinta me observa. Incluso llega a intimidar. Me apoyo sobre la mano que me queda libre, la izquierda. Miro al infinito de la hoja. Saturo el azul de la tinta con pequeños rayajos inclinados.

Comienzo otra frase, un intento de descripción de una chiquilla incomprendida que se transforma en punki de ideas anti-nazis. Muy visto. Absurdo.

De nuevo, otro tachón.

.-Se me va a ir la tinta del boli sólo en tachones-. me digo a mí misma.

Ideas estúpidas vagan por mi mente... Lo que siente una tal Rachel cuando abre la ventana un día de invierno y le recorre un escalofrío por la espalda que la hace estremecer hasta hacerla volver corriendo para refugiarse entre sus sábanas, cual fortaleza impenetrable. Demasiado aburrido.

Tarareo y, como flashes que surcan los cielos, aparecen en mi mente metáforas sorprendentes, las cuales no me creo que salgan de mí. Pero a la hora de escribirlas, se disipan como la niebla. Qué frustrante.

Indignada con mi imaginación, tapo mi herramienta de expresión y lo dejo caer sobre el tablero haciendo que rebote. Me recuesto sobre el sillón y ahí está: Un folio blanco con dos cicatrices de las que casi fueron una disculpa, un texto melancólico, una descripción, una puesta en escena, una confesión o algo que te dijera que me arrepiento de todo lo que dije en su momento y que ojalá y no hubiera abierto esta cloaca que tengo por boca. Que cuando tuve la oportunidad, haberte saludado al menos y dejar las cosas lo más tibias posibles. Gritarle al viento que me equivoqué. Susurrarle a las hojas secas que perecen en la acera que echo de menos a mi amigo. Entiendo que ya no sea posible nada. Obré muy, muy mal. Pero nunca es tarde para pedir perdón. Yo seguiré sonriendo y siendo feliz. Y sé que tú también. Me alegro de haberte conocido. Gracias por todos esos momentos.

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