domingo, 3 de noviembre de 2013

Veintiocho miradas

Despertar a tu lado.
Qué hermoso hallazgo.
Sentir tu respiración en mis manos me ha hecho salir de un sueño que no me molesto en recordar.
Te miro.
Sigues profundamente dormido.
Son las seis de la mañana, y el cielo clarea. Un poco de luz entra por la rendija de la ventana. Lo suficiente para perderme en ti.
El helor se hace notar, la ventana tiene una hoja abierta, pero muy poco.
La misma respiración que me ha despertado se hace hueco en mis oídos. Inspiraciones rápidas y cortas. Como si te fueran a quitar el aire.
Agarrado a la almohada, como si fueras a caer por un precipicio, sueñas.
No puedo dejar de mirarte. Observarte.
Pero no tengo palabras.
No logro describir cúan afortunada me siento de tenerte a mi lado este amanecer.
De poder despertarme y sentirte aquí, tan cerquita. Tan calentito.
Y cuando el sueño vuelve a pedirme que vuelva, cambio de postura, esta vez, te doy la espalda.
Y justo cuando ya estoy casi dormida, noto cómo te revuelves y pasas un brazo por encima de mi cintura, te pegas a mi para no soltarme y me besas en la espalda algodonada.
Tu calor me envuelve por completo. Me relaja. Me adormece.

Creo que ya puedo volver a soñar.
Pero esta vez me acompañas tú.

jueves, 11 de julio de 2013

Shh

¿Qué antídoto he de tomar cuando soy mi propio veneno?
Cuando mi mente es mi verdugo.
'No pienses', dicen. Qué fácil parece.
'Otra vez igual', piensan. Y tienen razón.

Ya no quedan ganas de ser positiva. Ni negativa.
Ya no hay valor ni voluntad alguna.
Ni sueños ni esperanzas.

No estoy esperando a que ocurra nada. De hecho, no quiero que ocurra nada.
Quiero un silencio de cuatro tiempos que dure eternamente en esta melodía en decrecendo. Y volverla a componer.

O no.

Creo que no queda tinta en el tintero. Y la pluma ha decidido convertirse en ave y volar lejos de mí. Lo entiendo. Yo también lo haría.

No quiero ayuda. Ni comprensión. Ni palabras. Quiero silencio.

Quizá es difícil de entender. O tal vez no quiera entenderse.
Tal vez me equivoque. O quizá no.

Pero me siento afortunada. Por teneros a todos. Y por tenerte a ti.

Pero sé que llegará el día en que os canséis de esta estúpida depresiva que sólo sabe hundirse y manchar almohadas con rímmell.

Tranquilos. Yo ya lo estoy.

Veo que no salgo de este pozo de miseria que yo misma he cavado. De esta tumba a la que le estoy grabando el epitafio con sangre y lágrimas. Y es por eso por lo que me siento peor cada día.

Y veo lo malo que le sucede a la gente. Aunque creáis que no. Pero sé que yo no puedo ayudar en nada. Me he cansado de dar tanto a los demás... Sin embargo, sé que pensáis que soy egoísta y soberbia... Yo no me meto en el pensamiento de nadie, sois libres de pensar lo que queráis. Me da lo mismo.

Convivir conmigo es algo difícil y arduo. Sólo los valientes lo intentan. Pocos se quedan a mi lado, pero poco importa, porque los quiero con toda mi alma, con todo lo que puedo dar y con todo lo que puedo querer a alguien. Y les estaré agradecida eternamente.

Yo sólo quiero vivir tranquila conmigo misma. Pero no lo voy a conseguir nunca. Lo sé.
Voy a perder a muchos amigos, y a mi amor. Lo sé, es algo que está escrito. Se acaban cansando de mi, se agobian. Lo sé. Lo sé...

Qué más quisiera yo acabar con todo ésto... 

'Todo está en mis manos', me recuerdan una y otra vez.

Pero cuando tú mismo te atas de pies y manos y te tiras por un precipicio, por más que te digan, no dejas de caer. Y si te ves incapaz de abrir las alas y echar a volar para no morir estrellado contra las rocas afiladas y dejarte arrastrar por la marea enfurecida, poco se consigue.

'Es una etapa', que dura años.
'Es la edad', que duele tanto.
'Son tonterías de jóvenes, todo se pasa', que son puñales.
'Tú puedes con todo y más', que es mentira.
'Déjate querer', no tengo fuerzas.
'Eres luz. Iluminas todo cuanto te rodea', sólo soy una vela consumida por su propia llama.





























Shh.

jueves, 6 de junio de 2013

Como las olas del mar...

Una... y otra... y otra... Una que se expande más... otra menos... Una que rompe con fuerza... otra que lo hace casi imperceptible... 

Y así... una... y otra... y otra... vienen las decepciones, las desilusiones, la ansiedad, los miedos, el buen humor, las sonrisas, lo llantos, la ira, la rabia, la felicidad...

Que sí, que sí... que es la adolescencia... que son las hormonas, que sí... Que todo eso está muy bien... Pero no quita que se sufra mucho... muchísimo.

Os puedo asegurar que, por mí, no va a ser recordada como la mejor época de mi vida... os  lo prometo. Cada uno lo ve de una forma, y yo, por desgracia, lo veo todo siempre del lado más oscuro.

Y YA SÉ QUE SE PUEDE CAMBIAR, PERO, ¿Y SI ME SIENTO TOTALMENTE INCAPAZ, O NO SÉ, O SIMPLEMENTE NO ME DA LA REAL GANA?

Qué harta estoy... qué cansada... que triste y desilusionada... Y no quiero condescendencia o compasión. Esto, me lo suelo buscar yo sola, y otras veces, se presenta solo.

¿Que cómo me lo busco? Pensando. ¡Qué se le va a hacer...! ¡SOY UNA PERSONA DESEQUILIBRADA Y DEPRESIVA! Me han tachado incluso de bipolar... 

Pero me da lo mismo, cómo me llamen o lo que piensen de mí...

Tal vez mire demasiado en mi espejo, pero no creáis que no veo los problemas de los demás, pero, ¿sabéis qué pasa? He estado muchos años desgastándome y desviviéndome por ayudar a los demás, sin pedir nada a cambio, y sigo sin pedirlo, soy muy feliz por haber intentado ayudar a los que quiero. Pero creo que me va tocando a mí ayudarme un poquito, aunque no sepa bien cómo. O por lo menos darme un palico en la espalda, y seguir muy muy despacio.

También sé que tengo hartos a mis familiares y amigos, pero yo soy así, y por más que intente cambiarlo, no lo voy a conseguir. 

Y así, una vez más, me encuentro en un hoyo, que yo misma he cavado, y me escondo cual avestruz, pero es que ya me da igual... sólo quier llorar y que se me quite todo, que se desparrame como el mar sobre la arena, y ahí se quede. Que estoy ya cansada de todo y todos.

Me siento una inútil. Me siento una mierda. Me siento juzgada. Me siento deprimida. Desilusionada. Pero, ¿sabes qué? Lo único positivo que saco de mi situación es que no se me ha olvidado sonreír ni reírme a carcajadas, y al menos, voy desplazando mis problemas cuando no quiero que estén conmigo.





domingo, 5 de mayo de 2013

Asfalto de plata.

Se escucha un trueno, como el paso torpe de un niño pequeño. A lo lejos se divisa un nubarrón negro. Parpadea, como los flashes que alborotan la Alfombra Roja, como el último aliento de una bombilla.
Una brisa helada lo trae hasta donde nos encontramos. En calles anchas y turbias. La brisa sigue soplando, suave pero firme. Se cuela por todos los huecos. Te hace sentir que el frío se pega a los huesos.
Se puede observar cómo los ancianos que descansan en un banco del parque señalan con sus bastones al cielo. Con la barbilla. Y echan la mano atrás. Rememoran nubes que ensombrecieron la ciudad cuando aún ellos recorrían las calles con sus coches aerodinámicos. Elvis Presley sonaba en todos lados. Las faldas de colores brillaban, volaban por doquier. Calcetines blancos, chupas de cuero... Era todo tan mágico. Nada los detenía.

Una gota cae. La primera de todas. El primer aviso. La tempestad se acerca. Uno de los ancianos extiende la mano. Tres gotas la engalardonan. Resignado. Se levanta difícilmente del banco y se despide con la gorra en la mano de su amigo, que también se levanta. Ambos cruzan sus caminos y quedan en verse si Dios quiere. más gotas caen. los pasos torpes de los truenos suenan ya sobre nuestras cabezas. Se puede observar cómo la manada humana aligera su paso. Se refugian bajo balcones, se meten en sus casa. Se preparan con periódicos y bolsas de plástico para el aguacero que se avecina. Los niños ya no juegan en los parques. Las mamás gallinas los han llevado al nido donde quedan recogidos y calentitos lejos de peligrosas gotas de escarcha.

Los tenderos se asoman a los ventanales. Salen a sus puertas. Se fuman su cigarro de las seis mientras escrutan el cielo intentando adivinar el momento exacto en el que la tromba de agua caerá. Pero pronto optan por adentrarse a sus tiendas sin mayor demora.

Sigue chispeando. La calle se va mojando.La calle está cortada por obras y no hay coches. 

Y ahí estoy yo. En mitad del plateado asfalto. Contemplando el panorama que se me regala. En un ambiente gris donde se respira agua. Y la lluvia se hace más fuerte. No huyo a refugiarme bajo la cornisa de ningún edificio, ni me coloco nada sobre la cabeza que contenga noticias que más que mojarse, merecen que las quemen en la hoguera. Me quedo quieta. La lluvia cada vez es más y más fuerte, pero sigue sin ser una manta de agua que lo cubra todo, como suele hacer la calima o la niebla.

Y lloro. Lloro de felicidad. Me río de la situación. Me visualizo. EL pelo se me pega, calado hasta la raíz, en la frente.La ropa que adhiere a mi piel como si quisiera esconderse del agua. Noto cómo las gotas me apedrean la cabeza y los hombros. Está fría, muy fría. Contrasta con las lágrimas de alegría que me recorren las mejillas y las ojeras, esas mis ojeras moradas y enfermizas, que dejan que puedas adivinar que no duermo lo que debiera. Las mejillas palidecen en contacto con el escarchado cristal que fluye de arriba a abajo, naciente de un cúmulo de esponjosa nube. Giro sobre mí misma. LA acera brilla, los colores se oscurecen. El asfalto refleja el cielo. Se encharcan los socabones. Soy testigo de la erosión de mí misma que provoca el aguacero.

Sigo llorando, ahora hasta río al mismo tiempo. No te sabría decir por qué lloro ni río ni giro. Tal vez me haya vuelto loca. Pero soy feliz. En mi mente suenan piezas y piezas de piano a cada cual más hermosa. Tirito, me muero de frío, los labios se me han amoratado. Pero me da igual. Sigo riendo, llorando, girando...

No espero un príncipe que me aclare el día o que seque mis ropas. Ni que me arrope o me sostenga un paraguas. No busco una amiga que me lleve a su casa y me deje su ropa. No busco a ningún familiar que me invite a cenar para calentarme el cuerpo. Ahora comprendo por qué lloro. Porque me estoy buscando a mí misma. También he sabido por qué el llanto es de felicidad, porque poco a poco me voy encontrando. Sé también por qué río. Porque cuando los días se me vuelven grises, tengo que sacarle lo positivo. Y también, la razón de mis continuados giros... Mientras observaba cómo se volvía negro mi día, ignoraba la belleza de todo lo que me rodeaba. 

Por eso necesito que llueva. Que me llueva. De momento, está chispeando.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Te odio.

Odio cada lágrima que me haces derramar.
Cada noche con la almoha mojada.
Cada noche que ocultas mis estrellas.

Te odio.

Odio cada vez que me ocultas el sol.
Cada vez que me emborronas las mañanas.
Cada vez  que me haces esconderme.

Te odio.

Odio que me hieles como el nitrógeno.
Que me envuelvas en nieve negra.
Que me mates con veneno.

Te odio.

Odio que uses el hacha para cortar mis días buenos.
Que uses un pico para abrir una zanja.
Que uses la pala para enterrarme en mi propia tristeza.

Te odio.

Odio tenerte todos los días.
Todos los minutos.
Oírte cada vez más claro.

Te odio.

Odio que me hagas sentir la peor persona del mundo.
Que no me dejes remontar.
Que me susurres que no soy nada.

Te odio.

Odio que me hagas sentir ridícula.
Que me hagas sentir patética.
Que me hagas sentir una mierda.

Te odio.

Odio que me des soluciones fáciles y sin retorno.
Que me intentes convencer.
Que no quieras oír mis súplicas.

Te odio. Mente. Te odio.

domingo, 21 de abril de 2013

Mon petit.

Cada día que suena mi despertador a las siete y media de la mañana, cuando el sol aún se despereza entre la maleza de las montañas que lo arropan.
Cuando la luna aún se despide con pañuelo blanco y lenta partida.
Cando las nubes se tiñen de malva, naranja y celeste.
Pienso en ti.
En tu risa, en tus labios, en tus ojos clavados en los míos. En tus manos, en tus abrazos, en tu voz. 
Y sólo me sale quererte.

Que me llamen loca si así lo desean. Cursi, tonta, ñoña o criaja. Que me llamen confusa, estúpida o adolescente. Que me llamen como quieran. Pero, te quiero.

Te quiero a pesar de las peleas, los piques, los llantos, las sonrisas que se pierden en el aire. 

Te quiero por todo tú, por ser quien de verdad eras. Por dejar que te quiera a mi manera. Por soportarme en mis días sensibles, odiosos, horribles, negros, rosas, tristes, rabiosos y un largo etcétera. Por ayudarme y dejarte ayudar. Por escuchar mis penas y celebrar mis alegrías. Por soportar mis manías y mis costumbres y respetarlas. Por intentar entenderme.

Eres la primera persona que me hace feliz con pensarla.


Te quiero, pequeño.

lunes, 4 de marzo de 2013

Cuando no me queda nada más que excusas...

Cuando todo es silencio en la música. Cuando los días son negros aún con el sol fuera. Cuando la sonrisa sale sola y el sentimiento de felicidad es verdadero, pero en bastidores un cúmulo de tristeza se humedece pudriendo las tablas del escenario. Soy consciente de mi problema. Y me sé la solución. Pero mi sangre ya no me pertenece, ni mis ojos ni mi boca.
Siento, siento y duele. Duele ver en lo que me estoy convirtiendo. Duele ver cómo me sorprendo para mal cada día. Intento cambiar, ya he escuchado todas vuestras charlas. Pero el pistoletazo de salida lo tengo yo, y la bala es de fogueo.

No hago más que engañarme a mí misma, poner excusas, pasar de todo... Y lloro.
Lo único positivo que puedo sacar de ésto, es que, al menos, sonrío...
La ansiedad se ha vuelto mi compañera de viaje, y es demasiado pesada.
El desánimo viene y va. Pero siempre espero su llegada y ansío su partida.
Y qué aburrido todo esto, ¿no?
Con lo bien que yo estaba... ¿Seguro? No lo creo.

Todo en esta vida son fachadas. Putas fachadas que nos venden la imagen de quienes no somos, ni de lo que realmente sentimos. Esas fachadas de porcelana disfrazando toda la basura que tenemos debajo de la piel. Nos las vendemos a nosotros mismos. Pero cuando nos miramos al espejo, todo se rompe. Cuando escrutamos nuestro interior mirando directamente a nuestras pupilas a través del tiempo. Todo se rompe, se cae, se destruye. Pero una vez torcemos la mirada hacia otro punto de la vida, todo vuelve a resurgir... Como si aquí no hubiera pasado nada. Pero ya sabemos que no somos nada. Yo no soy nada.

Siento que no me pertenezco a mí misma, que me he perdido en mi propio laberinto. 
"Lo único que tienes que hacer es salir..." dirás... ¡NO! ¡NO ES TAN FÁCIL, JODER!

Ira. Anida en mi pecho. Y espera la mínima para salir y lucirse. Y luego, se esconde y se calla como una puta de barrio.

Sólo me queda suspirar y rezar todos los días que no puedo más entre dientes y crujidos, entre sonrisas y besos. Y quitándome ideas de la cabeza como el que arranca una mala hierba. No puedo caer más, creo que ésto ya es suficiente. No creo que mi cuerpo aguante una situación emocional peor...


Sólo quiero llorar... y ni eso puedo...

martes, 5 de febrero de 2013

Lo mismo de siempre. Demasiado aburrido.

¿Qué decir ya, cuando siempre es lo mismo? Caminar y caminar por un sendero pedregoso, con cardos a los lados que me arañan cuando paso. Rocas del tamaño de la luna que se interponen y otras, más pequeñas, que me golpean. El aire, más seco cada día, más arenoso, pero , sorprendentemente, puedo respirar. 

Voy por la senda equivocada, camino paralizada. ¿Difícil? No. Estoy perdida, no me encuentro. La gente me intenta ayudar, pero soy yo la que tiene el problema. Soy yo la que ahora no coge la mano. ¿Por qué? Eso mismo me pregunto yo. Estoy desconcertada. Sorprendida, para mal, claro, de mí misma.

Me siento una desagradecida. Y eso duele. Me siento una persona inestable, incapaz de terminar un proyecto. Es frustrante. Y agotador. 

Os veo a todos poniendo fe en mí. Y eso también duele. Cada día me engaño a mí misma con que puedo con todo, y no es verdad. Y cuando no llego ni al mínimo de mis posibilidades me hundo, y ver vuestras caras, no sé si de decepción, o de lo que sea... Verlas. Observar vuestras miradas que me cuestionan, que me chillan y susurran al  mismo tiempo un "¿Por qué? Si tú puedes" se hace cada día más y más duro.

Pero he llegado a tal punto que todo me da igual. He tirado la toalla. Está mal, lo sé. No hace falta que me lo repitáis constantemente. Me hago cargo de mis decisiones aunque no lo parezca. Las medito, las deshago y las vuelvo a hacer, una y otra y otra vez. Pero he optado por deshacer el tapiz. 

Hoy me he mirado al espejo. Desnuda. Me ha bastado una ojeada para que en mi cabeza resonara como el eco "Me doy asco". Me he quedado asombrada, dentro de mi rabia y de mi ira. Nunca antes me había pasado tal idea por esta mente tan... Cómo decirlo... Desequilibrada. He sentido pena, dolor, compasión por mi persona, pero nunca asco. Pero, tranquilos, mi reacción ha sido un encogimiento de hombros, seguido de unas comisuras que, despreocupadas, han bajado en señal de indiferencia total.

Analizo mis días. Me levanto. Cansada, con dolor de cabeza, signos de dormir y no descansar. Me tomo un café, al que cada día noto menos ese sabor tan cálido y que tanto me enamora. Me tomo un café para aguantar el día. Me miro al espejo: las ojeras por los suelos, negras y hundidas, la tez pajiza, de un blanco enfermizo, unos ojos inexpresivos. Salgo de mi casa para meterme en un edificio en el que siento que pierdo el tiempo. Llego, me siento, abro el libro y no me entero de nada. Y así seis o siete horas, dependiendo del día de la semana. Llego a casa, como. La comida, como el café, cada día me es más insípida. Y comienza la tarde. Odio las tardes. Llega la sobremesa, y luego la tarde... y no hago nada. ¿Pereza? No. Me faltan fuerzas. ¿Por qué? No lo sé. Pero es que ya me da igual.    Resulta que ya no me sorprende nada en absoluto.

Las semanas se me pasan volando, incluso me resulta extraño estar ya en febrero. Estoy en la mitad del curso, y para mí, ni si quiera lo he empezado. Al menos he conocido gente maravillosa, y la que no es nueva, lo son más. Al menos sé que sola, no estoy. Y eso es de agradecer, y mucho.

Me aburro. Soy como el cuento de María Sarmiento. No tengo fin. Mi historia, la de la chica nostálgica y triste, no acaba, lo único es que la tristeza ahora es rabia, y la nostalgia indiferencia. Pero esta chica ya está aburrida.

Tengo la solución a mis problemas, pero soy incapaz de ponerla en práctica. Y os podéis ahorrar las charlas alentadora y halagadoras, no sirven para nada. Soy un tren que ha descarrilado, pero que no deja de moverse, al mismo tiempo que se queda quieto. 

Ya no me llena la música. El piano. Los abrazos. 

Qué fácil sería tirarlo todo por la borda con un cinturón de plomos. Pero, ¿de qué serviría? De nada. Qué fácil resultaría huir, pero eso sólo me convertiría en una cobarde, y los problemas, por muy lejos que vaya, me siguen, como si de mi sombra se tratara.

¿Qué más decir, si ya está todo más que dicho y redicho?

Por favor, absteneos de contarme que esto es cosa de la edad, la madurez y derivados. No me hagáis sentir más ridícula, por favor.

Por último, a todos los que me estáis intentando ayudar: Lo siento. Siento ser una desagradecida.