martes, 5 de febrero de 2013

Lo mismo de siempre. Demasiado aburrido.

¿Qué decir ya, cuando siempre es lo mismo? Caminar y caminar por un sendero pedregoso, con cardos a los lados que me arañan cuando paso. Rocas del tamaño de la luna que se interponen y otras, más pequeñas, que me golpean. El aire, más seco cada día, más arenoso, pero , sorprendentemente, puedo respirar. 

Voy por la senda equivocada, camino paralizada. ¿Difícil? No. Estoy perdida, no me encuentro. La gente me intenta ayudar, pero soy yo la que tiene el problema. Soy yo la que ahora no coge la mano. ¿Por qué? Eso mismo me pregunto yo. Estoy desconcertada. Sorprendida, para mal, claro, de mí misma.

Me siento una desagradecida. Y eso duele. Me siento una persona inestable, incapaz de terminar un proyecto. Es frustrante. Y agotador. 

Os veo a todos poniendo fe en mí. Y eso también duele. Cada día me engaño a mí misma con que puedo con todo, y no es verdad. Y cuando no llego ni al mínimo de mis posibilidades me hundo, y ver vuestras caras, no sé si de decepción, o de lo que sea... Verlas. Observar vuestras miradas que me cuestionan, que me chillan y susurran al  mismo tiempo un "¿Por qué? Si tú puedes" se hace cada día más y más duro.

Pero he llegado a tal punto que todo me da igual. He tirado la toalla. Está mal, lo sé. No hace falta que me lo repitáis constantemente. Me hago cargo de mis decisiones aunque no lo parezca. Las medito, las deshago y las vuelvo a hacer, una y otra y otra vez. Pero he optado por deshacer el tapiz. 

Hoy me he mirado al espejo. Desnuda. Me ha bastado una ojeada para que en mi cabeza resonara como el eco "Me doy asco". Me he quedado asombrada, dentro de mi rabia y de mi ira. Nunca antes me había pasado tal idea por esta mente tan... Cómo decirlo... Desequilibrada. He sentido pena, dolor, compasión por mi persona, pero nunca asco. Pero, tranquilos, mi reacción ha sido un encogimiento de hombros, seguido de unas comisuras que, despreocupadas, han bajado en señal de indiferencia total.

Analizo mis días. Me levanto. Cansada, con dolor de cabeza, signos de dormir y no descansar. Me tomo un café, al que cada día noto menos ese sabor tan cálido y que tanto me enamora. Me tomo un café para aguantar el día. Me miro al espejo: las ojeras por los suelos, negras y hundidas, la tez pajiza, de un blanco enfermizo, unos ojos inexpresivos. Salgo de mi casa para meterme en un edificio en el que siento que pierdo el tiempo. Llego, me siento, abro el libro y no me entero de nada. Y así seis o siete horas, dependiendo del día de la semana. Llego a casa, como. La comida, como el café, cada día me es más insípida. Y comienza la tarde. Odio las tardes. Llega la sobremesa, y luego la tarde... y no hago nada. ¿Pereza? No. Me faltan fuerzas. ¿Por qué? No lo sé. Pero es que ya me da igual.    Resulta que ya no me sorprende nada en absoluto.

Las semanas se me pasan volando, incluso me resulta extraño estar ya en febrero. Estoy en la mitad del curso, y para mí, ni si quiera lo he empezado. Al menos he conocido gente maravillosa, y la que no es nueva, lo son más. Al menos sé que sola, no estoy. Y eso es de agradecer, y mucho.

Me aburro. Soy como el cuento de María Sarmiento. No tengo fin. Mi historia, la de la chica nostálgica y triste, no acaba, lo único es que la tristeza ahora es rabia, y la nostalgia indiferencia. Pero esta chica ya está aburrida.

Tengo la solución a mis problemas, pero soy incapaz de ponerla en práctica. Y os podéis ahorrar las charlas alentadora y halagadoras, no sirven para nada. Soy un tren que ha descarrilado, pero que no deja de moverse, al mismo tiempo que se queda quieto. 

Ya no me llena la música. El piano. Los abrazos. 

Qué fácil sería tirarlo todo por la borda con un cinturón de plomos. Pero, ¿de qué serviría? De nada. Qué fácil resultaría huir, pero eso sólo me convertiría en una cobarde, y los problemas, por muy lejos que vaya, me siguen, como si de mi sombra se tratara.

¿Qué más decir, si ya está todo más que dicho y redicho?

Por favor, absteneos de contarme que esto es cosa de la edad, la madurez y derivados. No me hagáis sentir más ridícula, por favor.

Por último, a todos los que me estáis intentando ayudar: Lo siento. Siento ser una desagradecida.

1 comentario:

  1. Menos cisne negro y más cisne blanco.
    Sigo aquí aunque más liada que la pata de un romano.
    Nada de reproches.
    Besosss

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