domingo, 5 de mayo de 2013

Asfalto de plata.

Se escucha un trueno, como el paso torpe de un niño pequeño. A lo lejos se divisa un nubarrón negro. Parpadea, como los flashes que alborotan la Alfombra Roja, como el último aliento de una bombilla.
Una brisa helada lo trae hasta donde nos encontramos. En calles anchas y turbias. La brisa sigue soplando, suave pero firme. Se cuela por todos los huecos. Te hace sentir que el frío se pega a los huesos.
Se puede observar cómo los ancianos que descansan en un banco del parque señalan con sus bastones al cielo. Con la barbilla. Y echan la mano atrás. Rememoran nubes que ensombrecieron la ciudad cuando aún ellos recorrían las calles con sus coches aerodinámicos. Elvis Presley sonaba en todos lados. Las faldas de colores brillaban, volaban por doquier. Calcetines blancos, chupas de cuero... Era todo tan mágico. Nada los detenía.

Una gota cae. La primera de todas. El primer aviso. La tempestad se acerca. Uno de los ancianos extiende la mano. Tres gotas la engalardonan. Resignado. Se levanta difícilmente del banco y se despide con la gorra en la mano de su amigo, que también se levanta. Ambos cruzan sus caminos y quedan en verse si Dios quiere. más gotas caen. los pasos torpes de los truenos suenan ya sobre nuestras cabezas. Se puede observar cómo la manada humana aligera su paso. Se refugian bajo balcones, se meten en sus casa. Se preparan con periódicos y bolsas de plástico para el aguacero que se avecina. Los niños ya no juegan en los parques. Las mamás gallinas los han llevado al nido donde quedan recogidos y calentitos lejos de peligrosas gotas de escarcha.

Los tenderos se asoman a los ventanales. Salen a sus puertas. Se fuman su cigarro de las seis mientras escrutan el cielo intentando adivinar el momento exacto en el que la tromba de agua caerá. Pero pronto optan por adentrarse a sus tiendas sin mayor demora.

Sigue chispeando. La calle se va mojando.La calle está cortada por obras y no hay coches. 

Y ahí estoy yo. En mitad del plateado asfalto. Contemplando el panorama que se me regala. En un ambiente gris donde se respira agua. Y la lluvia se hace más fuerte. No huyo a refugiarme bajo la cornisa de ningún edificio, ni me coloco nada sobre la cabeza que contenga noticias que más que mojarse, merecen que las quemen en la hoguera. Me quedo quieta. La lluvia cada vez es más y más fuerte, pero sigue sin ser una manta de agua que lo cubra todo, como suele hacer la calima o la niebla.

Y lloro. Lloro de felicidad. Me río de la situación. Me visualizo. EL pelo se me pega, calado hasta la raíz, en la frente.La ropa que adhiere a mi piel como si quisiera esconderse del agua. Noto cómo las gotas me apedrean la cabeza y los hombros. Está fría, muy fría. Contrasta con las lágrimas de alegría que me recorren las mejillas y las ojeras, esas mis ojeras moradas y enfermizas, que dejan que puedas adivinar que no duermo lo que debiera. Las mejillas palidecen en contacto con el escarchado cristal que fluye de arriba a abajo, naciente de un cúmulo de esponjosa nube. Giro sobre mí misma. LA acera brilla, los colores se oscurecen. El asfalto refleja el cielo. Se encharcan los socabones. Soy testigo de la erosión de mí misma que provoca el aguacero.

Sigo llorando, ahora hasta río al mismo tiempo. No te sabría decir por qué lloro ni río ni giro. Tal vez me haya vuelto loca. Pero soy feliz. En mi mente suenan piezas y piezas de piano a cada cual más hermosa. Tirito, me muero de frío, los labios se me han amoratado. Pero me da igual. Sigo riendo, llorando, girando...

No espero un príncipe que me aclare el día o que seque mis ropas. Ni que me arrope o me sostenga un paraguas. No busco una amiga que me lleve a su casa y me deje su ropa. No busco a ningún familiar que me invite a cenar para calentarme el cuerpo. Ahora comprendo por qué lloro. Porque me estoy buscando a mí misma. También he sabido por qué el llanto es de felicidad, porque poco a poco me voy encontrando. Sé también por qué río. Porque cuando los días se me vuelven grises, tengo que sacarle lo positivo. Y también, la razón de mis continuados giros... Mientras observaba cómo se volvía negro mi día, ignoraba la belleza de todo lo que me rodeaba. 

Por eso necesito que llueva. Que me llueva. De momento, está chispeando.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Te odio.

Odio cada lágrima que me haces derramar.
Cada noche con la almoha mojada.
Cada noche que ocultas mis estrellas.

Te odio.

Odio cada vez que me ocultas el sol.
Cada vez que me emborronas las mañanas.
Cada vez  que me haces esconderme.

Te odio.

Odio que me hieles como el nitrógeno.
Que me envuelvas en nieve negra.
Que me mates con veneno.

Te odio.

Odio que uses el hacha para cortar mis días buenos.
Que uses un pico para abrir una zanja.
Que uses la pala para enterrarme en mi propia tristeza.

Te odio.

Odio tenerte todos los días.
Todos los minutos.
Oírte cada vez más claro.

Te odio.

Odio que me hagas sentir la peor persona del mundo.
Que no me dejes remontar.
Que me susurres que no soy nada.

Te odio.

Odio que me hagas sentir ridícula.
Que me hagas sentir patética.
Que me hagas sentir una mierda.

Te odio.

Odio que me des soluciones fáciles y sin retorno.
Que me intentes convencer.
Que no quieras oír mis súplicas.

Te odio. Mente. Te odio.