jueves, 23 de abril de 2015

Patatas fritas

.- Estoy muerta de miedo-. pienso mientras me como un montón de patatas fritas hechas por mi madre. Tal vez un poco saladas, o es que yo tengo la boca como un mar después de llorar y comer.

Después de ese pensamiento y de que el whatsapp no deja de sonar, mientras le cuento a una amiga lo que me sucede por dentro, como más rápido y con ansias de saciar este hambre de cena.

Pero muerta de miedo.

Estoy aterrada. Diferentes cosas han pasado estas semanas. Demasiado dolorosas como para no llorar. Y lloré poco. Por lo menos no lo que yo suelo llorar en esos casos. Tal vez el propio miedo me paraliza y me convierte los ojos en temerosos desiertos al sol. O simplemente no encuentro la palanca que hace que el agua se desparrame, inundándome la cara y las comisuras con tan poco respeto por las hendiduras de la piel que casi me ahoga.

Hacía demasiado tiempo que no escribía. Y me doy cuenta que lo hago para respirar. Para dejar que mi alma respire mientras suelto lo que pienso, y luego lo leo y me alecciono yo misma de lo que tengo o no tengo que hacer. O simplemente lloro delante de la pantalla. Trabajo estúpido el mío, pero en el teclear encuentro un abrigo y una relajación que no consigo con el boli y el papel, o contándolo a viva voz, porque, simplemente, no me salen las palabras cuando hablo. Se me desordenan las ideas, se me traba la lengua, se me nublan los oídos y se me paraliza la mirada en un desenfoque continuo. Es frustrante porque no consigo mediar ni conmigo misma.
Pero tecleando encuentro ese placer del orden mental en este jodido caos que tengo dentro de mi.

Estoy muerta de miedo. Me enfrento a mis demonios cada día, como todo el mundo. Y tengo miedo de no dar la talla, de no conseguir lo que me propongo, que es, relativamente pobre que lo que antaño podía exigirme. Me aterra llegar a mis metas y no se capaz de realizarlas por la puta parálisis que me provoca la idea de afrontarlas. Y cuando lo hago, es tan inútil a los ojos de todos, tan simple y vago, que me produce más dolor que el propio dolor de dejarlo por hacer. Pero luego están las fustas con cuchillas para decirme qué mal lo hago y obligarme a ponerme para volver a lo mismo. Y es el miedo. Un miedo que intento superar, frenar, saltar, esquivar, enfrentar... y pocas veces lo consigo, porque cada día va a más.

He apartado el plato de patatas sin terminar de delante de mi. Están frías.

Pero el miedo a mi propio mal está aderezado con otros que me desgarran. Otro.

Y hago una pausa. No me acordaba lo duro que es escribir. Necesito respirar o me ahogaré.

No tengo excusas ni motivos para lo que me ocurre. Este estado taciturno, tardío, oscuro pero radiante, de reírme en la calle y llorar en la cama, de quererte y odiarte, de necesitarte y obviarte.

Sólo tengo mucho miedo. Y me comporto como un animal asustado.

De un lado a otro, sin mirar ni escuchar, sólo quiero huir, pero me enfrento. Me asusto y retrocedo de nuevo. Me enfado y me rebelo contra mí arrasando con todo lo que hay a mi alrededor, y cuando paro y miro lloro de tristeza y arrepentimiento. Pido mil disculpas con el corazón en una mano mientras con la otra me aguanto la rabia de reventar este corazón que vive en un contratiempo contínuo. Y desafina tanto que ya hace daño hasta al más sordo.

Soy una fiera ahora mismo. Incontrolable e impredecible. Salvaje. No consigo dominarme. Exploto hacia dentro y hacia fuera. Quemo y me quemo.

Es el miedo el que me hace ser así. Y no quiero refugiarme en él. No se lo merece.

Pero veo que te apartas de mi lado, el pilar más importante de mi vida. Desde que pronunciaste esas palabras aquella noche vivo en un sin vivir de lágrimas ahogadas en los reflejos del espejo del baño cada mañana al despertar, guardadas en la bañera que corren artificialmente cada vez que me ducho, con la excusa de que luego me sentiré mejor, pero no es verdad.

Cuando me reprochas se me cae el mundo encima. Cuando me dices cómo te sientes me muero por dentro. Me comporto como una egoísta, y es jodidamente asqueroso. No. Soy jodidamente asquerosa.
Pero soy un caos, un puto desorden que va por el mundo llorando y dando lástima para sentirme mejor conmigo misma porque no sé enfrentarme a mis miedos y necesito de los demás para seguir mi camino.

No sé si es el miedo, que no me encuentro. No me sitúo en el espacio ni en el tiempo.

Estoy muerta de miedo. Paralizada. Bloqueada. La vida me está enseñando bien.