jueves, 16 de agosto de 2012

Descalza

Llego a casa. No hay nadie. no se oye nada.
Cierro la puerta tras de mí y dejo las llaves en el cenicero de siempre. Aquél que nos regalaron tus padres el día que hicimos la barbacoa en el campo. Para estrenar la casa.

Camino de la habitación voy mirando por todas las habitaciones por si te encuentro en alguna. Pero no estás. Puedo respirar tranquila. Puedo pensar con claridad.
Dejo la chaqueta y el bolso encima de la cama, y me siento en ella. Me dispongo a quitarme las botas de piel de tacón, cuando al agacharme un poco, la mirada se me queda una milésima de segundo en una foto, la que está encima del comodín, justo enfrente de mí. No puedo evitarlo, y con desazón la observo. La observo y me duele. Me duele y mucho.

La tomo entre mis manos. Necesito creerlo. Necesito creer que hubo un tiempo en el que fuimos felices. Un tiempo en el que nos queríamos. Que soñábamos con pasar la vida entera el uno al lado del otro. Pero de repente todo cambió. Cambiamos los dos.

Se nos acabó la pasión. Se nos acabó la confianza. Se nos acabó la sinceridad.

Dejo el marco con nosotros sonriendo encima de la cama. Termino de descalzarme.

Oigo la puerta. Las llaves chocan con el pomo metálico y el llavero con la madera. Eres tú.
Oigo tus pasos, por el pasillo. Lentos, calmados. Te regocijas en cada centímetro cuadrado de parqué. Dices mi nombre en alto. Me buscas. No respondo. Permanezco sentada en la cama, al amparo de verte de nuevo. De mirarte a los ojos y sentir que no hay nada. De escrutar tu mirada y saber que ya no me veo en ella. Lo agradezco. Yo estoy igual.

A veces siento la necesidad de plantarle cara a las palabras. Pero en mi mente sólo se oye, una y otra vez: "No rompas el silencio si no es para mejorarlo"









Dedicada a Miriam Pagán Ros.

viernes, 10 de agosto de 2012

Con cianuro en el café

EL aroma a café se expande por toda la habitación. Es tan delicioso. Saco del armario el azucarero rosado. Dos cucharadas rasas. Cojo de la nevera el cartón de leche. un pequeño chorro de blanca pureza destiñe el amargo café humeante. Ya puedo saborearlo incluso.

 Abro otro armario y cojo, con cuidado, un pequeño plato de porcelana blanca, donde se pueden ver en sus orillas motivos florales en distintos tonos pastel, y lo dejo sobre la encimera de frío granito gris plomo. 

 Me encanta el sonido que produce el choque de la porcelana.
Y para terminar...Una, dos y tres gotitas transparentes caen de forma contínua desde un cuentagotas que sujeto con cuidado. ¿Bastará con tres? Echaré una más.

Observo cómo cae ésta última gota. Guillotina el aire. Cae. Cae y forma un cráter. Un cráter líquido, caliente. Amargo. Me recuerda al momento del disparo de un asesino en la nuca de una joven desnuda y arrodillada pidiendo clemencia. Al momento exacto en el que una madre desequilibrada sumerge la cabeza de su retoño en una bañera de agua tibia y la deja ahí, hasta que la criatura deja de moverse.

Coloco la cuchara descansando en el pequeño plato. Tomo en mis manos mi arma más letal camuflada en un simple café. Salgo de la cocina.

Te observo. Ahí estás. De espaldas a mí. Leyendo el periódico. Voy hacia ti sin dejar de poner la mirada fija en tu nuca, como haría un asesino. Sin dejar de imaginarme cómo pedirías que te perdonara la vida. Ya estoy detrás tuya. Sonrío. Es mi forma de despedirme de tí.

Dejo tu muerte asegurada en la mesita que hay a tu lado.

.-Gracias, cielo-. dices sin ni si quiera mirarme a la cara. Con desgana en la voz. Creo que es la primera vez que salen de tu boca unas palabras amable en este último año.
.- De nada-. digo mientras me dirijo a mi sillón, sí, ese, el que está enfrente de el tuyo. Cojo la faena de punto, una bufanda para Charlie, para cuando salga a jugar con sus amigos en invierno y no coja frío. Me siento. Me siento a observar tu final. El saber que desconoces lo que te espera me hace sonreír de medio lado. Tengo la respiración agitada y no atino a coger el punto. Pero es tal la expectación y la excitación que no hago ni un esfuerzo por concentrarme. Sólo te miro de reojo.

Pirmer sorbo. Toses.
Segundo sorbo. Te rascas la garganta y vuelves a toser. Te está entrando calor, pero no dejas de leer el periódico.
Tercer sorbo. Te cuesta un poco respirar.
Último sorbo. Caes al suelo. Te revuelves como se revuelven los animales cazados.  Arrancas el aire de la habitación para poder llenar tus pulmones. Jadeas. Agarras la alfombra con tus manos. Te retuerces de dolor. Te encoges. Intentas mediar palabra, no puedes. Empieza a salirte un poco de espuma por las comisuras de la boca. Se te mezclan los síntomas del fin de tu vida. Se te cierra la garganta completamente.

Y yo sigo observando, como público de una corrida de toros, cómo la bestia es toreda y vencida hasta caer desplomada, sin vida, en la arena del tiempo. Tiempo perdido.

Ahora ya sí que no respiras.
Te miro. Sonrío.

.-Que te aproveche el café, querido...-.