jueves, 20 de noviembre de 2014

Es hora de despedirse...

Ya ha tocado. Última hora. Último adiós.
Es hora de despedirse para siempre.

Qué buenos momentos pasamos juntas. Qué deliciosas comidas tomábamos mientras intentábamos no atragantarnos con tanta carcajada. ¿Os acordáis?

No puedo evitar sonreír al veros pasar o al acordarme de vosotras. Porque, ¿qué más da todo lo malo?Habéis formado parte de mi muchos años, no soy quién para juzgaros, ni me apetece.

¿Que si he llorado? ¡Claro! ¡Y mucho! Porque nos abandonamos mutuamente. Pero todos los caminos se separan algún día en nuestras vidas, y el nuestro ha decidido cambiar de dirección. Pero ya no lloro, y sé que vosotras no lo habéis hecho en ningún momento. Da igual ya lo que pensárais o penséis ahora de mi, no me importa. Ni me importará. Ahora vivimos en mundos demasiado diferentes. 

No me arrepiento de haber compartido con vosotras todo. Toda mi vida. Toda mi mente. Toda mi alma. 

Pero ya está. no tengo más palabras para vosotras que un "gracias" por esos años juntas y un "hasta siempre".

Os deseo lo mejor en la vida.




domingo, 14 de septiembre de 2014

Dolor

Es lo único que sientes.

Y no me es extraño.

El dolor. ¿Qué es el dolor en sí? Realmente, físicamente, no tienes dolor. Sólo te duele el alma.

El alma. ¿Realmente tenemos alma? Nadie tiene respuesta. Pero, cuántas veces  hemos dicho "me duele el alma", y, era tan sincero.

Todo lo que sientes. Todo lo que piensas. Todo lo que imaginas y supones. Es dolor. Y más dolor.

Te han llegado mensajes de personas que te piden que no te martirices así. Pero, ¿qué es el amor sin dolor? Demasiado irreal para el hombre. Demasiado confuso. Demasiado estúpido conferir el amor sin dolor. Pero, ¿qué hay del amor, con desamor y dolor? Nada.

Ojalá pudiera sacar cada pedazo de tu corazón y envolverlo en algodón. Curarlo y coserlo. Ojalá pudiera lavar tu alma con lejía y dejarla blanca y pura y quitarte esas manchas negras tan feas. Ojalá, pero no puedo.

Sólo puedes aferrarte a ese viejo reloj que te marca el compás de una vida por delante llena de oportunidades y personas nuevas y maravillosas que te enseñarán lo que es la vida, sin que ellas mismas se den cuenta. Y ahí estarás tú, viviendo y compartiendo tu tiempo. Pero date a ti un segundo para respirar cada día. Un minuto para pensar. Una hora para abrazarte. Y una vida para quererte a ti. Sólo a ti. Quien quiera quererte ha de saber que tú le quieres, pero no le necesitas. Porque sólo te necesitas a tí. Sólo tú eres capaz de sacarte de los pozos más hondos y oscuros que nos pone la vida de vez en cuando.

Este momento en tu vida te enseñará muchas cosas que antes desconocías. Te enseñará a no depender, a no vivir a través de alguien, a tener paciencia, a no exigir ni controlar, a dar respiros y tiempos de espera. A ser tolerante, pero no tonta. Todo eso, y más, mucho más. Muchísimo más.

La vida no nos castiga, nos enseña. Ha llegado tu momento. Tu momento de crecer. De soñar sin futuro. De hacer planes al instante. De no recordar el pasado, de vivir un presente, y pasar del futuro. Porque lo que tenga que venir, vendrá.

Lucha por ti. Lucha por tu orgullo. Por tu vida. Por ti.

Los demás te querrán o te odiarán. Y algunos querrán hacerte daño. Pero tú serás más fuerte, más madura.

No se acaba el  mundo porque alguien nos deje de querer. Porque detrás de esa persona, hay otra que nos va a querer mucho más tiempo. Incluso toda la vida. Pero, cariño, aún eres joven, y demasiado niña. Aún te queda. Aún nos queda. A todos.

Rodéate de buenos amigos, que los malos ya se irán.

Sabes que aquí nos tienes. 


Y no lo olvides:


Te tienes a tí misma.





jueves, 17 de julio de 2014

Submissive

Quiero dejar de escribir en papel, en el aire... todo lo que no puedo decir. Todo lo que no puedo hacer sonar. Con mi voz.

Me siento menuda. Muda. Cabizbaja. 

Tus palabras. Mis razones ahora.

Y mi alma. Hierve. 

Siento que no tengo palabras contra las tuyas.
Siento que mis verdades, son irreales.
Que mis razones, son hojas que se las lleva el viento. Tu viento. Tu voz.

Y cuando hablo, cierras la muralla. Y me dejas fuera. Y mis palabras parece que suenan como niños arañando pizarras. Chirriantes. Sordas. 

Y bombardeas. Con fuego. Mi voz. Y te metes en tu fortaleza después de la destrucción. Y allí me quedo, a punto de susurrar. Quemada. A los pies de tu muro. Y sólo me queda mirar hacia arriba.

Tengo miedo. Te tengo miedo. Me tengo miedo.

Muchas veces, necesito gritarte. Pero sólo te miro. Y grito por dentro. Y rompo muebles. Golpeo paredes. Y salgo por la puerta con prisa y la respiración agitada. Pero en silencio.

Y sólo, te miro.

Siento que mi paciencia, a veces, va llegando a su límite, y por arte de magia, ese límite vuelve a dilatarse. Y me quedo en blanco.

Y ya no sé qué hacer.

Bueno, sí.

Mirarte.









jueves, 13 de marzo de 2014

Mil pedazos...

Así dejé tu corazón aquella noche... roto en mil pedazos...
Y así se quedó el mío... cuando pronunciaste esas dos palabras...

No soporto saber que estás mal, y yo no dejo de llorar. Día y noche.
Te busco por todos lados, todo el tiempo.

He cometido muchos errores todo este tiempo, y me arrepiento de cada uno. De cada motivo que saqué para pelearnos o discutir. De todo lo que he callado por miedo a discutir... y lo único que conseguí fue todo lo contrario.

Me has pedido un tiempo, indefinido... Y lo respeto. Aún me cuesta hacerme a la idea de que ya no te puedo dar los buenos días, ni las buenas noches... Que no tengo esos besos, esos abrazos... Tus manos en las mías o en cualquier parte de mi cuerpo... Que ya no tengo a mi acompañante en las madrugadas...

¿Y a quién le voy a invitar a cenar pizza y luego ver "Juego de tronos"? ¿A quién le voy a brindar mi ayuda en lo que sea? ¿A quién voy a besar con ternura? ¿Con quién voy a jugar a juegos del ordenador? ¿Hacer tonterías, reírnos a carcajadas, dormir siestas?

Es normal este sentimiento de soledad y de estar en una nube. Lo superaré. Pero te echo demasiado de menos. 

No sé cuánto tiempo necesitas, pero yo te adelanto una cosa: ya he comenzado a poner andamios a esta mente que tengo. Ya he pedido ayuda, profesional. Hoy ha comenzado mi tratamiento. Voy a volver a ser la que era, no lo que me convertí. 

Toma cuanto tiempo necesites, pero lo que no puedo soportar es este contacto inexistente... No puedo, después de un año y casi tres meses cortar toda comunicación con mi amigo, con mi novio, con mi pequeño...

Lo necesitas. Y yo lo voy a respetar.
Sólo te llamaré. Una vez. Este viernes. Para preguntarte cómo estás, y si vendrás a la boda, pues tu cubierto está pagado y tengo que comunicárselo a mi prima. Y a partir de ahí, no volveré a comunicarme contigo, a menos que tú quieras. 

Te prometo que voy a recuperar mi orgullo, y te comunico que no estoy sola. Me haces falta, pero estoy haciendo por salir y por verme bien. Me maquillo un poco.

El vestido para la boda es precioso. 

No sabía que podía echar tanto de menos a alguien. Y no sabía tampoco que el corazón te puede doler, tanto tanto como para llorar horas y horas, y que cada lágrima queme.

Hay una cosa que no cambia y que no va a cambiar. Que te quiero. Te quiero como no he querido a nadie. Te amo, Jose. Y por eso voy a respetar tu decisión. Y a arreglarme yo también.

Te quiero. Te quiero muchísimo.

domingo, 12 de enero de 2014

Echevarría

Aquí estoy de nuevo. Un poquito rota y arreglándome poco a poco. Siento que he crecido este último año, y no, no es un recopilatorio de los mejores o peores momentos de aquél asqueroso 2013. No. Hoy mi fortuita visita tiene nombre, apellidos, una historia... y un final inminente.

Los recuerdos leídos me cuentan que fuiste el que me enseñó los colores y sus diferentes tonalidades. Y estos días son gris oscuro, plomizo. Con tiznajos negros y amargos como el carbón.

Narran hechos como discusiones con mis padres por verme llorar porque mi chupete se lo llevaban los Reyes Magos para un niño que lo necesitaba, porque yo era mayor. Y tú querías que me lo dieran. Nadie es más terco que mi padre. Y yo ya era una niña grande. De cabellos rizados y ojos enormes.

Nunca olvidaremos lo malo que hiciste, ni las malas palabras que te proferimos, ni los gestos ni broncas, ni peleas ni escudos que pusimos entre tú y aquella a la que nunca quisiste.

Pero para qué quedarnos con lo malo. 

Me quedo con tus ojos, tu risa, tus chistes malos pero que me hacían reír. Esa forma de llamarnos a las nietas, una palabra inventada, cuya vocal única era la "i".

Me quedo con esas veces que entrabas en mi casa con la armónica en las manos tocando el "Oh, Susana, no llores más por mi".

Esos veranos en La Manga. Las duchas en el "terrao" al volver de la playa. La formación militar que formábamos: tú con la sombrilla, yo con el palo, mi hermana con la banqueta. Todos en fila. Siempre a las doce en punto del medio día.

Aún me acuerdo de cómo me sentí aquella mañana de julio en la que soltaste los ruedines de mi bicicleta roja, (que tú mismo habías pintado), y quitaste la mano que sujetaba mi sillín y me dejaste volar entre los edificios. Me sentí la niña más feliz del mundo. Y orgullosa.

Te he visto reír, te he visto ofendido y ofensivo, avergonzado, furioso... pero nunca despidiéndote de esta manera.

Te vi desplomado en el suelo y la ambulancia en la calle aquél día que tu corazón tropezó, pero no se volvió a repetir. A menos, que yo sepa.

Pero este verano cambiaste La Manga por el Perpetuo Socorro. Tus pulmones no iban bien, ni tu corazón. 

Y el 6 de enero. Ictus. Y el 7. Ictus.

Volvemos a aquél diciembre frío en que otra persona nos dejó, casi de idéntica manera. Sin abrir los ojos, o muy pocas veces. Sin hablar y gesticular.

Pero, ¿sabes qué? Yo ya me despedí de ti aquella tarde, la que precede a la Noche de Reyes. Te dí dos besos. Te hablé bien. Mis ojos te miraban con ternura. Y deseaban dejar de verte allí, apalancado. Querían volver a verte andar y reír como hacías.

Y ahora, ¿qué?

Ahora solo queda esperar a que decidas marcharte. Unos dicen que te vas pronto. Otros que más tarde. Y yo... yo no lo sé.

Te lloraré ahora, cuando aún respiras. Cuando aún sufres. Porque llorarte cuando las raíces te enreden los dedos, no servirá de nada. Porque no serás nada. Porque tu esencia ya no estará aquí. Te habrás ido para no volver, y eso ya no se remedia. Solo espero que el día que lo decidas, no sufras. Y no nos hagas sufrir. Creo que es hora de que descansemos todos.

Te voy a echar de menos. Te voy a añorar mucho. Te voy a implorar cuando te vea que no te vayas. Los primeros días serán horribles. Te veré en todos los rincones. Te oiré silbar y hacer palmas junto al piano cuando toque.

Y cada palabra en inglés que diga, llevará tu nombre. Porque, indirectamente, fuiste tú el que me tiraste de lleno en esta lengua que amo con todo mi ser.

Gracias por todos los recuerdos que me has ayudado a crear. Gracias por todo lo bueno que has hecho por mi, por mi hermana, por mi madre, por toda tu familia. Porque nunca permitiste que nos faltara nada.

Te quiero. Y te voy a querer siempre.